No corrí a avisar a nadie cuando la vi. Estaba en lo alto de la colina, cerca de mi casa. Había subido andando a trompicones y me había quedado unos minutos tratando de coger aire de nuevo, antes de ir hacia el mirador. Aquel lugar me pertenecía tan solo a mí. La ciudad entera empezaba a adormilarse a mis pies cada tarde y yo la miraba mientras mi música sonaba en mis oídos a través de los cascos rotos de mi padre.
Al acercarme al borde la vi. Me quedé de pie, dulcemente anonadada por la belleza de la esfera negra. Era pequeña y flotaba vagamente, moviéndose de lado a lado como una barca sobre las olas. No hacía ruido, pero parecía vibrar suavemente.
Supongo que me pregunté qué era, pero antes de poder procesar la pregunta me sorprendí a mí misma alzando la mano como si no fuese mía. Como si se escapase a mis órdenes. Moví los dedos como cuando tanteaba a mi gata antes de jugar con ella.
Cuando las yemas rozaron su superficie me sobresalté. Estaba fría y húmeda. Era como tocar un lago de agua pura. Noté que cambiaba su forma. Intenté entender qué ocurría y apartar mi mano, pero mi cuerpo no respondía. Sentí algo suave susurrar dentro de mí. Intenté escucharlo por encima de la canción en los cascos, pero el sonido estaba distorsionado.
El frío comenzó a subir por mi brazo hasta el pecho mientras la oscuridad de la esfera se agrandaba y cubría mi visión. Por fin logré soltarme del agarre fantasmal y traté de liberarme, girándome hacia todas partes como un animal herido. Como cuando la serpiente atrapa al ratón y comienza a devorarlo mientras este intenta rasgar con sus pequeños dientes las esquinas de su boca.
Una sacudida me aturdió y mis oídos empezaron a pitar. Traté de llevarme las manos a la cabeza pero no sabía dónde estaba. Sentía que estaba al revés, luego descolocada, luego mal colocada, luego dormida.
Abrí los ojos y la boca y cogí aire desesperadamente. Y de pronto estaba en un lago. Mis pies se movían instintivamente, manteniéndome a flote. Mi ropa pesaba por el agua y trataba de arrastrarme hacia abajo. Miré hacia los lados, asustada.
Altos pinos negros bordeaban el lago. En contraste con ellos, el cielo era una cúpula brillante de estrellas y constelaciones.
Escuché algo salpicando cerca de mí y me giré asustada. El reflejo perfecto del agua oscura me devolvió la mirada. Parecía una lunática recién escapada de un centro de rehabilitación.
Nadé hacia la orilla tan rápido como pude. Mis músculos entumecidos protestaron mientras braceaba desesperadamente. Estaba segura de haber notado algo rozando mi pierna.
- ¿Quién está ahí? - La voz salió de entre dos árboles cercanos a la orilla.
Me giré hacia la voz, buscando ávidamente cualquier señal de vida, pero no veía nada. Moví mi mano sobre mi cabeza, tratando de llamar su atención a la vez que nadaba torpemente.
- ¡Tranquila! Te ayudaré a salir. - La voz sonaba más cercana.
Entonces una luz pareció nacer de la nada y por fin vi una figura humana que chapoteaba en la orilla, entrando en el lago mientras avanzaba hacia mí.
Seguí impulsándome, maldiciendo en mi interior mi decisión de anular mi suscripción mensual a la piscina universitaria.
Agotada llegué hasta donde las puntas de mis pies se hundían ligeramente en el lodo del fondo. La figura llegó frente a mí. Miré hacia arriba y me encontré unos ojos verdes brillando. Mi cuerpo dejó de luchar y floté débilmente junto a él. Su brazo, envuelto en una tela oscura, me rodeó, atrapándome y moviéndome sin dificultad.
De pronto sentí el toque en la pierna de nuevo y, antes de que pudiera reaccionar, un dolor punzante me recorrió el cuerpo entero. Mis uñas se aferraron a la ropa de mi rescatador. Traté de chillar pero, como siempre, nada salió de mi boca. Algo tiró de mí hacia abajo y, entre el dolor y las burbujas, juré ver mi propia sangre bañar la noche de rojo.
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Cadenas ardientes
FantasíaAcabé en un mundo de eterna noche donde todo parece atacarnos. Tal vez las personas que encuentre por el camino podrán salvarme de caer en la oscuridad