- Capítulo dos -

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River

River había tenido una infancia de lo más rara, y una adolescencia todavía peor.

Y era todo debido a su sangre.

A aquella extraña magia que fluía por sus venas.

Había sido educado en casa hasta cumplir los dieciséis años, en un pequeño pueblo cerca de la costa de Maine llamado Brunswick. Hasta ese entonces habían sido siempre él, su madre, su padre y nada más. No tenían ni abuelos, ni primos, ni ninguna otra clase de familia cercana, y dado que sus padres muy rara vez hablaban acerca de nadie, nunca había tenido la razón del todo clara.

Todo lo que sabía acerca de la familia de su padre era que sus padres habían muerto hacía ya casi más de una década; y en el caso de la familia de su madre, que ni sus padres ni sus hermanos habían mantenido contacto con ella después de que se casara. Pero al igual que para la gran mayoría de los acontecimientos en la vida de River, el porqué siempre había sido un misterio.

Sin embargo, para River la familia que tenía entonces siempre había sido mucho más que suficiente. Su relación con ambos había sido siempre mucho más cercana a lo que una relación de padre e hijo solía ser.

Desde niño acostumbraba a pasar la mayor parte del día con uno o con otro. Algunas veces acompañaba a su padre al taller en el que trabajaba y se pasaba la mañana haciéndole preguntas acerca de las piezas y de las herramientas, y siendo una molestia hasta que Travis lo enviara de regreso a casa.

Otras veces, se quedaba en casa con su madre, ayudándola a cocinar o a regar las plantas y luego quejándose cuando llegaba la hora de abrir los libros de texto y comenzar con las clases.

Aunque su parte favorita del día siempre habían sido las noches, que era el momento en que los tres podían pasar algo más de tiempo juntos.

Algunas veces, su padre llegaba tan cansado del trabajo que todo lo que hacía era cenar, molestar un poco a Hayley y a River, e irse a dormir; pero otras veces, en las que este no era el caso, sacaba de la funda su guitarra y River corría hasta el otro lado del sofá para mirarlo afinar el instrumento y después comenzar a tocar, en los años anteriores a que Travis finalmente terminara por enseñarle y comprarle su propia guitarra.

Y algunas otras veces, su padre y su madre solían echarse los dos sobre el sofá después de cenar bebiendo algo de té o leyendo alguno de los desgastados libros de la estantería y River los miraba a ambos desde el otro lado de la sala, sentado en la mesa del comedor mientras pintaba con crayones alguno de sus libros para colorear, sintiendo el amor y la calidez que solían emanar sus padres en aquel entonces.

Y durante muchos años, la vida los trató bastante bien. No tendrían mucho dinero, ni amigos o familiares, pero realmente nunca les faltó de nada.

Fue solo hasta que creció y cumplió los doce años que River se volvió consciente, por el resto de los chicos del pueblo a los que conocía de vista y por lo que podía ver en programas de televisión, de que su familia era bastante extraña en más de un sentido.

Y era que a River la idea de asistir a la escuela y sentarse frente a un pupitre durante nueve horas seguidas, la verdad era que no le atraía demasiado, pero había otras cosas además de la educación en casa que comenzaba a notar que no eran normales.

Como la capacidad para sentir las emociones de las personas a su alrededor como si fueran propias, de escuchar a la tierra y de sentir la vitalidad de las plantas en el jardín.

Tiempo después, descubrió que tanto su padre como su madre y el resto de sus familias provenían de alguna especie de linaje de brujos, y que si bien, por lo general no solían representar un peligro para nadie más, en ocasiones podían resultar uno para sí mismos.

A wolf by the riverDonde viven las historias. Descúbrelo ahora