Capítulo 1

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En algún momento de nuestra vida todos hemos deseado no sentir. Y no, no me refiero a no sentir dolor sino a no sentir culpa por algo. El sentimiento de sensibilidad puede jugar tan en tu contra que a veces simplemente es mejor no sentirlo...

Así como los psicópatas, sociópatas, o el término que prefieras para referirte a uno mismo.

Esas personas que se caracterizan por tener una personalidad un tanto diferente, por su comportamiento eminentemente antisocial y con una aparente insensibilidad ante el dolor que pueda provocar en las demás personas.

Esos individuos que manipulan, transgreden y en algunos casos violentan las normas sociales en beneficio propio, sin importarle la moralidad, ni las consecuencias que sus actos puedan tener sobre otros.

Y aunque ese es uno de sus puntos fuertes también tienen otros tanto que no son beneficiosos. Sufren vacío afectivo y hastío profundo. Son impulsivos, narcisistas, egocéntricos, dominantes...

Y yo, bueno, tal vez no sea psicópata pero está claro que algún problema mental he de tener porque estoy pensando en cosas para nada normales mientras me arreglo para salir de fiesta. No vivo en la mente de la chicas de mi edad y aún así puedo asegurar que ninguna piensa de la misma forma que yo...

Todas ellas vivían rodeadas de una imperfecta realidad y eran felices, así con sus típicos complejos, con la piel morena de ir a la playa todo el verano, viviendo de party en party, flipándola con su pandi, subiendo selfies a Instagram por postureo, fijándose en badboys que romperán sus corazones...

Yo, chiquilla rara, que disfrutaba saliendo de fiesta pero que prefería bailar únicamente con sus amigas, amante de lo desconocido, colega de lo invisible, con mi piel blanca porque mis pies jamás pisan la arena de la playa, sumida entre las páginas de algún libro en donde el amor no era el protagonista. Las mariposas habían dejado de existir en mi estómago hacía ya mucho, porque por mucho que emplearan esa metáfora en los libros era un asco, podían ser unos hermosos insectos... Pero eso eran, insectos.

—¿Por qué no te has puesto un top, Cyara?— se quejó Nereida mirándola de arriba a abajo.

—A diferencia de ti, a mi me quedaría fatal, así que déjame ir.— respondí aguantándome las ganas de poner los ojos en blanco.

No era el momento para decirlo pero mis mejores amigas eran todo lo que estaba bien en la vida. Nereida era la mayor, la más responsable y la más seria dentro de lo que se podía. Advertencia: tenía muy mal humor.
Crisálida era más callada y para algunos incluso más tímida, entre nosotras sabíamos que no era así pero que su confianza no se la daba a cualquiera.

—¿Se supone que hoy es el día en donde nos emborrachamos hasta que nos olvidemos de nuestro nombre?— preguntó Crisálida en cuanto pusimos un pie dentro de la discoteca.

—No, mientras yo esté sobria que ni se os ocurra.— dijo Nereida negando con la cabeza.

No soy demasiado fan del alcohol pero por llevarle la contraria hasta me atrevería a tomarme unos tragos.

—¡Que vayamos a por vodka dice!— exclamé con una sonrisa divertida en los labios, a ella no le dio tiempo de responder porque fui rápida en acercarme a la barra.

Aprecié desde la distancia como ambas se reían. Me dediqué a golpear con mis uñas en la barra a la espera de un camarero, las canciones de Bad Bunny sonaban de fondo haciéndome balancear las caderas de un lado al otro.

Un chico apoyó sus codos en la barra a un par de metros. Era alto, con el cabello rubio teñido, mirada oscura y boca casi deseable, con su labio inferior más grueso que incitaba a atraparlo con los dientes.

Al percatarse de mi mirada volteó el rostro, sus ojos y los míos conectaron por uno segundos y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Espeluznante.

—Hola, soy Cyara.— saludé y me presenté brevemente mientras le sonreía, él por su parte volvió a girar el rostro sin siquiera responderme—. Eso ha sido muy descortés de tu parte.

Hablaba demasiado, a veces más de lo que me gustaría, en mi casa siempre me decían que me callase y aunque me jodiera admitirlo tenían razón.

El camarero hizo que dejara de prestarle atención al chico, se mostró amable a la hora de preguntarme qué es lo que quería e incluso bromeó conmigo cuando le pedí tres vodkas.

—Recuerda, bebe de uno en uno.— murmuró con diversión una vez más cuando trajo los tres vasos con el contenido.

—No prometo nada.— respondí con el mismo tono de voz.

Le hice un gesto a mis amigas para que se acercasen, podría llevar yo los tres vasos pero conociéndome seguro que iba a caerme alguno o algo por el estilo. Nereida se acercó para tomar el suyo y el de nuestra amiga, acto seguido echamos a caminar en su dirección para ir a bailar. La mano de alguien más se envolvió alrededor de mi muñeca impidiéndome seguir, sus dedos se sentían fríos en mi cálida piel.

No necesitaba alzar la mirada para saber de quien se trataba, los tatuajes de esta lo delataban. Mi anterior inspección visual había reparado en todos y cada uno de sus detalles, desde su físico, pasando por su ropa hasta la tinta de su piel.

Llevaba la camisa negra remangada lo que me permitió ver como sus venas se marcaban en sus brazos.

Punto débil.

Tragué saliva casi sin darme cuenta y lo miré a los ojos, podría ser todo lo condenadamente atractivo que quisiera pero si no me soltaba en ese momento iba a tener problemas.

—Deseo hacerte daño, muñeca.— había salido de sus labios con una voz ronca, que yo no le atribuiría para nada pero que le daba el toque. No sé si el toque caliente o el toque de "aléjate de inmediato".

MuñecaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora