Capítulo 13 (FINAL)

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Figura de persona, hecha generalmente de plástico, trapo o goma, que sirve de juguete o de adorno.

Eso había sido yo. Un adorno para alegrarle la vista y un juguete para usarme a su antojo.

Porque si, era guapa, no tanto como otras chicas pero no iba a ponerme a comparar con ellas. Era mona. Tenía unos ojos preciosos a los que me ponía mirar mientras me hacía el amor (mientras me follaba) y unas pestañas largas y rizadas.Unas tetas pequeñas que no rebotaban demasiado (todo ventajas). Un culo respingón que poder apretar cuando yo lo estaba montando. Un, no tan plano, vientre que me estaba empezando a gustar. No se me marcaban las costillas. Vaaale, tenía estrías en la cara interna de mis muslos, pero recuerdo como las repasó con la lengua hace tan solo unos días.

—¿Solo fui eso? —pude preguntar, él me miró con una ceja enarcada—. Una muñeca.

—Si, me encapriché contigo como nunca lo hice con ninguna —habló, dándome una sonrisa retorcida—. Te mentí al decirte que las demás muñecas estaban libres.

—Las mataste... —las lágrimas bañaban mis ojos, si pestañeaba las dejaría correr por mis mejillas y le daría el gusto de verme llorar una última vez.

—Por supuesto que si —soltó una risotada—, cada una de forma diferente, con alguna hasta me puse creativo...

Tenía miedo. Era mi fin, eso estaba más que asegurado. Nunca pude despedirme de mis amigas, ni tampoco de mi familia, ni nada de nada. El destino es una mierda, al menos el mío lo era. Mi plan nunca llegó a funcionar, pensaba que lo estaba manipulando y que terminaría dejándome libre (o que terminaría escapando yo) pero no, era parte de su maldito juego, era él quien jugaba conmigo. Me manipuló a su jodido antojo, dejando que me hiciera ilusiones, para ahora reírse en mi cara.

—Contigo no quiero ponerme creativo —sacó de su bolsillo trasero uno de los cuchillos de cocina y lo examinó durante unos segundos.

Mierda.

No quería morir con el cuchillo con el que había cortado la tortilla.

No.

Intenté forcejear pero mi cuerpo estaba inmovilizado bajo el suyo. Este era el momento ideal para que llegara mi salvador... Pero eso no pasó. Recé como nunca antes lo había hecho, una de sus manos tomó mi rostro, como si quisiera quedarse con la imagen de este detalladamente.

Me quiero morir.

Abrí los ojos, mirándolo con temor y deseando que tuviera piedad de mi. Pero no. Claro que no. No sería un psicópata si se compadeciera de mi.

—¿Qué cojones...? —frunció el ceño al escuchar las sirenas de policía, yo también estaba confusa.

Si salgo viva de esta prometo hacerme religiosa, Diosito.

—¿Has llamado a la puta policía? —vociferó.

—¡No! —chillé, su mirada daba más miedo que nunca—. No tenía con qué hacerlo, joder...

No me creyó, por supuesto que no lo hizo. La puerta de la entrada fue derriba y segundos después se escucharon los pasos acercarse, pero claro, había veintitantas puertas que tenían que abrir antes de llegar a esta habitación.

Fue todo demasiado rápido, la puerta se abrió, dos policías entraron armados y gritaron por refuerzos. El rubio enterró el cuchillo en mi cuerpo, sin importarle las advertencias de los hombres, pero no lo hizo en el lugar que debió hacerlo. Si lo hiciera un poco más a la izquierda me habría jodido el corazón, pero no, tuvo que hacerlo a la derecha para tener yo una muerte lenta y con mucha sangre.

Los policías lo llevaron consigo y a mi me indicaron que no me moviera, que enseguida vendrían los médicos, que una ambulancia estaba de camino porque se temían que algo así pudiera pasar. Mantuve los ojos abiertos, a pesar de que todo a mi alrededor se estaba empezando a nublar, me costaba respirar, tanto que ni siquiera noté cuando alguien más entró a la habitación. No solo eran médicos, también estaba allí una de mis mejores amigas.

—Te vas a poner bien, Cyara, esta no es tu vez —sollozó Nereida, tomando mi mano.

—¿Cómo sabías...?

—Sshh, no hables —pidió—. La noche que salimos, yo terminé acostándome con un policía... Las cosas fueron a más e incluso estamos saliendo a día de hoy. Me ayudó mucho con esto. Tú no eres de las chicas que se fugan con un hombre y abandonan todo, no respondías las llamadas, no había rastro de ti. Tuve que pedirle ayuda a él, me acordaba vagamente de como era el chico con el que estabas en la barra y con el que te fuiste esa noche, así que... Aceptó ayudarme, si no fuera por él no te habríamos encontrado.

—Has tardado demasiado —lloré, sintiendo que estaba más en el otro mundo que en este.

—Lo siento, lo siento muchísimo...

—No... Me he enamorado de él —cerré los ojos—. Por favor, prométeme que Crisálida llevará su caso.

—No puedes estar hablando en serio, él te ha hecho mucho daño, él ha intentado matarte.

—Me ha matado, Nereida, lo hizo —dije en un hilo de voz—. Cumplidme la última voluntad, por favor, intenta que le caigan los menos años de cárcel posibles.

No escuché su respuesta, solo escuché gritos antes de que todo se volviera negro a mi alrededor, mis oídos zumbaban y ya no sentía mi cuerpo.

Cometí el más grave error y lo sentía, por supuesto que lo sentía, me lamentaba cada maldito segundo. Me sentía culpable, culpable de amarlo a pesar de todo lo malo que había hecho. No quería morir así, no...

En algún momento de nuestra vida todos hemos deseado no sentir. Y no, no me refiero a no sentir dolor sino a no sentir culpa por algo. El sentimiento de sensibilidad puede jugar tan en tu contra que a veces simplemente es mejor no sentirlo...

MuñecaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora