Los siguientes días fueron una monotonía, Christopher parecía ignorar mi presencia allí en la casa, me tenía como un maldito perro que encerraba en una habitación y cuando eran las horas de comer me llevaba a la cocina para que pudiera alimentarme. Así, día tras día, haciendo siempre lo mismo, a veces sin dirigirme la palabra y otros siendo muy borde conmigo.Hasta ese día.
Desconocía si era un lunes o un jueves, lo único que sabía era que estábamos en el mediodía porque el reloj de la cocina indicaba que casi era la una y Christopher me había llevado hasta allí con el fin de alimentarme.
Bien, pues había algo raro. Más raro de lo habitual.
En la encimera había un cuchillo, usado hace relativamente poco porque tenía sangre fresca por el filo de este.
—¿Qué has hecho?— inquirí en un hilo de voz, fijándome también en las gotas de sangre que manchaban la camiseta azul que llevaba puesta—. Christopher...
—Lo que haya hecho no importa —espetó con indiferencia, me aparté de él lo máximo posible y juré verlo sonreír cuando tomó nuevamente el cuchillo en sus manos.
—¿Qué planeas hacerme?— pregunté con temor. Los primeros días me los había tomado a cachondeo, pensando que esto no iba en serio y se trataba de una broma pesada, pero era real, más real que nunca. No vi a ninguna de las supuestas muñecas pero sabía que no estábamos solos en esa casa, que en cada una de esas habitaciones había una chica como yo.
—Muchas cosas —admitió, con esa sonrisa malévola que tanto lo caracterizaba—, todas placenteras, por supuesto.
—¿Ah sí? —inquirí, tragando saliva. Él se limitó a asentir con la cabeza—, te creería si no llevaras un cuchillo en la mano.
—¿Temes que te haga daño?
—Cuando nos conocimos dijiste que deseabas hacerme daño —recordé esa frase que me había erizado la piel.
—Y lo deseo —admitió—, no hay cosa que más me guste que hacer daño, pero en esta ocasión no pretendo hacerte sangrar, muñeca.
Reí.
Rió.
Reímos.
Estaba acojonada.
—¿Y que pretendes, Christopher?
—Follarte —chasqueó, se acercó a mí y yo esta vez no retrocedí. El cuchillo que llevaba en su mano rasgó la tela de mi camiseta, mis ojos se habían cerrado por el miedo y contuve la respiración. Su risa me hizo abrir los ojos, se divertía de mi miedo, que guay—. Muñeca, dije que no te haría sangrar y voy a cumplir con mis palabras, no tienes que tener miedo.
Ni siquiera sé porque me lo advertía, ¿no era que los sociópatas solo se interesaban por ellos mismos?
Alejé los pensamientos de mi mente cuando sentí el filo del cuchillo en mi abdomen, la sangre que allí había se pegó a mi piel, tuve que contener las ganas de vomitar.
—¿Podrías dejar el cuchillo lejos de mi...? ¿Por favor?—me escuché a mí misma suplicando, sus ojos me observaron durante segundos, como si estuviera calculando mi propuesta. Finalmente, dejó que el cuchillo cayera al suelo y le dio una patada para alejarlo. Dejé escapar el aire que estaba reteniendo en mis pulmones.
Su mano tomó mi rostro y unió sus labios con los míos, que estuviera cagada de miedo no significaba que el chico besara mal, había que estar mal de la cabeza para estar disfrutando eso... Igual quien tenía el problema mental era yo y no él.
Esto estaba mal.
Fatal.
Horrible.
—Muñeca –llamó mi atención al verme ida—, céntrate.
Asentí sin saber porqué asentía. Bravo, Cyara, parece que tus neuronas se están quemando debido a la falta de uso. Estar encerrada está teniendo sus desventajas, al fin y al cabo.
Sus dedos acariciaron mi piel con delicadeza, como si fuera una muñeca y temiera romperme si ejercía más presión. Qué irónico.
Sus labios volvieron a besarme, una de sus manos estaba fija en mi cintura mientras que la otra descendía desde mi cuello hasta tener bajo la palma uno de mis pechos. Gimoteé, sintiéndome avergonzada al instante de haberlo hecho. Sonrió con descaro al ver el efecto que tenía en mi, odiaba pensar con el coño en lugar de con el cerebro.
—Tú me dirás qué quieres hacer primero —susurró bajando sus besos a mi cuello.
¿En serio me estaba preguntando?
¡Qué majo, por Dios!
—Es ridículo que me lo preguntes... Si total vas a hacer lo que te venga en gana igualmente, ¿eh?
—Lo sé —sonrió, sus manos llegaron hasta mis nalgas y las apretujó antes de despegarme del suelo, alzándome en sus brazos—, voy a follarte, aquí.
—¿En la cocina?—las palabras salían de mi boca con dificultad.
—Si —asintió, sentándome en la encimera y abriendo de piernas para posicionarse allí—, normalmente las muñecas no salen de sus habitaciones.
¿Ah no? ¿Entonces por qué yo había estado saliendo todos los malditos días?
—¿Y a mí por qué me dejas salir de la habitación, Chris? —intenté usar mi tono más coqueto, si tenía debilidad por mi había que aprovecharlo. Una de mis manos fue directa a su rostro para acariciar su mejilla, él se limitó a encogerse de hombros, indiferente —. ¿No lo sabes?
—No —soltó, mientras que sus manos iban al borde de mi pantalón y tiraban de él para poder bajarlo—. Ahora guarda silencio, muñeca.
Este chico es más difícil de lo que creía que sería, al menos ahora sabía que tenía un punto a mi favor y es que me adoraba. Si yo ya sabía que era encantadora, una pena que lo noten los sociópatas y no los chicos normales.
Me dejé llevar, si me oponía sería peor y necesitaba ganarme su confianza si es que acaso quería irme de allí en algún momento. Mi mente idearía algún plan rápido para escaparme, solo necesitaba un par de días y mantenerlo satisfecho y contento, de lo contrario todo podía salir mal. Muy mal.
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Muñeca
Short Story"Muñequita, tú eres mi favorita, por más que tú lo niegues tu cuerpo me necesita."