Capítulo 11

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El libro de "El Gran Gatsby" luce perfecto en mis manos, no tengo siquiera que abrirlo para saber que se trata de una de las primeras impresiones.

Quiero llorar.

Me tiembla todo cuando al alzar la mirada lo veo a tan solo metros, con su penetrante mirada clavada en mi, observándome minuciosamente.

—Tu libro favorito, ¿no? —señaló, ladeando su cabeza de forma ligera—. Hablaste muy bien de Fitzgerald y me contaste que tienes un crush con Jay Gatsby, no hay que ser muy listo para unir piezas y darse cuenta.

—Es un detallazo por tu parte —admití, más emocionada que nunca—. Pensé que te estaba aburriendo al hablar de libros y todo eso... Pero veo que me escuchaste.

—Lo hice —asintió—, sé que dije que detestaba el ruido y a las chicas que parloteaban sin parar, a ti puedo soportarte.

Eso es lo más cercano a un "te quiero" que voy a recibir de su parte.

—Si, yo también te quiero, rubio con problemas mentales —reí, levantándome para poder abrazarlo.

Seguro tenía unos pelos de loca, mi cabeza había estaba dando vueltas por la almohada durante horas mientras dormía así que la conclusión era obvia, pero a él no le molestó mi aspecto, se limitó a acariciar mi cabello con sus dedos para peinarlo, como si fuera lo más normal del mundo.

—Voy a preparar la cena, ¿quieres venir conmigo? —cuestionó—. Tal vez podemos hacerla juntos.

—Solo si me dejas a mi escoger lo que haremos —chantajeé, él resopló pero no tardó en asentir—. Haremos tortilla, ¿qué tan bien manejas la sartén?

—Fatal, la verdad —admitió—. ¿Qué tan buena eres tú...?

—Yo soy una experta profesional —bromeé—. Enseguida bajo, me gustaría peinarme antes de nada.

Él asiente, camina hasta la puerta y cuando está a punto de abrirla se gira hacia mi, cuando me mira de esa forma me tiembla todo y esta vez no es la excepción. Se da cuenta de inmediato porque esboza una pequeña sonrisa.

—No tienes que peinarte, así estás hermosa —anuncia, acto seguido abre la puerta y sale por esta, dejándola abierta para que lo siga.

El pecho me arde y no sé como sentirme al respecto. Bien podía estar manipulándome como solían hacer ellos, o quizá sólo estaba siendo sincero, dos cualidades contradictoras que tenían los psicópatas.

Intento alejar los sentimientos confusos y voy al baño para poder peinarme, pasando por alto sus anteriores palabras. Al salir miro el libro que está sobre la mesita de noche y sonrío. ¿Acaso algún chico me había regalado alguna vez un libro? O mejor dicho, ¿mi libro favorito? No. Ningún chico, ni ninguna chica, ni nadie.

Lo estaba intentando. Estaba intentando hacer las cosas que yo había soltado así por así.

Tomo aire y, tras expulsarlo lentamente, bajo hasta la cocina en donde lo veo batiendo unos huevos con un tenedor. Me acerco para tomar un cuchillo, bajo su atenta mirada, y empiezo a pelar las patatas para después cortarlas en perfectas láminas. Cuando lo tenemos listo lo echamos en la sartén y empieza nuestro intento de cocinar juntos.

—¡Se está quemando! —chillé—. Va a estar pegada... No puedes descuidar la comida.

—Me distraje mirándote —se excusó, tomando el tenedor para rascar, casi lloro al ver esa acción.

Pobre sartén.

—Déjamelo a mi —bufé, apartándolo a un lado para poder ocuparme yo de la comida, si esa noche queríamos cenar era lo mejor que podríamos hacer.

—Como prefieras, muñeca —rodeó los ojos y se sentó en una de las sillas, apoyó sus brazos en el respaldo y me miró detalladamente.

Intenté no ponerme nerviosa e hice la cena sin dirigirle la mirada, si lo hacía me despistaría y terminaría haciendo un desastre. La tortilla quedó decente, a pesar de estar un poco quemada por las distracciones de cierto rubio.

—Te ha quedado deliciosa —confesó tras el primer bocado.

—Me alegra saber que te gusta —admití, sonriente—. Es una de las pocas cosas que sé cocinar.

—Eso significa que te gusta, ¿no?

—Y es fácil de preparar —reí—. Porque si una receta tiene más de cinco o seis pasos ya me pierdo en el preparado.

Lo veo sonreírse, probablemente burlándose de mi, soy una adulta aniñada e infantil, ¿que le puedo decir?

Hablamos con bastante normalidad durante toda la cena, toca temas interesantes y creo que insiste en conocerme mejor a mí como persona. No es normal pero intenta serlo, igual ese es el problema...

—¿Cuál es tu canción favorita? —preguntó cuando terminamos de cenar, se levantó para llevar todo al lavavajillas mientras esperaba una respuesta de mi parte.

—No tengo una en sí, probablemente sean las viejas de Juan Magán o las nuevas de Bad Bunny —me encogí de hombros, como si la respuesta no fuera del todo acertada—. ¿Por qué lo preguntas?

—Curiosidad —se limitó a responder, volviendo su mirada a mi.

Con esas respuestas sólo conseguía que la curiosa fuera yo...

MuñecaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora