Capítulo 5

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Tras beber el contenido de mi taza me entra una tontemia flipante, los párpados me pasaban más cada vez que pestañeaba y la respiración relentizaba de forma relajante. Estaba pero al mismo tiempo no.

—¿Qué coño me he bebido?— cuestioné tratando de levantarme, mis piernas se sentían torpes y de no ser por Christopher terminaría comiéndome el suelo.

—Lo que has pedido, muñeca...— su respuesta fue tranquila y eso me preocupó.

—¿Me has drogado?— entré en pánico—. O peor todavía, ¿me has envenenado?

—No quiero que mueras, una muñeca como tú merece ser usada más tiempo...— rió entre dientes—. Todavía quiero jugar contigo un par de veces más.

Quise replicar, pues esa mierda se había escuchado asquerosa. Literalmente había dicho que me había usado la noche anterior y que tenía pensado hacerlo más veces.

Jugar es más divertido cuando no se juega solo, cariño...

Mi lengua se sentía pesada dentro de mi paladar y temía atragantarme con ella si decidía moverla para pronunciar alguna palabra.

—Ahora descansa, ya tendremos tiempo más adelante para...

No llego a escuchar sus palabras al final de la oración pues me dejo llevar por el cansancio de mi cuerpo y me duermo... O muero, no sé.

Vale, definitivamente duermo.

Básicamente porque en algún momento llegué a abrir mis ojos, no reconocía el lugar pero tampoco tenía pinta de ser uno de esos sitios chungos al estilo matadero en las pelis de terror.

Eso no significaba que tuviera que mantener la calma, todo lo contrario. Debía de estar más alerta que nunca.

Estaba allí en contra de mi voluntad y con un tío que, aunque follase de maravilla, me daba muy mala espina.

Miro a mi alrededor, hay una buena cama y un par de mesitas de noche. Soy rápida en empezar a abrir los cajones de estas para buscar algo que me indique donde estoy o como puedo salir de allí. Nada. Solo dos cajas de condones y un lubricante de sabor a fresa.

—¿Qué buscas, muñeca?— la voz que suena a mis espaldas me hace dar un salto en mi lugar.

—Quiero irme.

—Si, me lo suponía, pero eso no quiere decir que yo vaya a dejarte... Ni siquiera hemos tenido tiempo.

—Ni lo vamos a tener, entiéndelo.

—Entiende tú que no vas a irte hasta que me canse de ti.—Christopher se acercó con malas intenciones y yo no hice más que retroceder, no necesitaba sus manos en mi cuerpo o gritaría lo más alto que mis pulmones me lo permitiesen—. ¿Qué diablos crees que estás haciendo?

—Alejarme de ti, ¿no es obvio?

El rubio puso sus ojos en blanco y evitó reír, era consciente de que no me daría ninguna explicación, su actitud lo estaba demostrando y eso era lo que más me jodía. ¿Que tenía en la mente ayer cuando decidí acostarme con él? Ah, si, lo delicioso que se veía... Eso me pasa por pensar con el coño.

—Quiero irme.

—Te conviene portarte bien, aquí no serás la única y si me tocas mucho lo cojones me desharé de ti de una forma bastante creativa... No quieras terminar como algunas.

—¿Algunas?

—Las muñecas — murmuró como si fuera obvio, haciéndome tragar saliva debido a los nervios.

—No quiero ser tu muñeca... — lloriqueé—. Tú eres un tío que me atrae muchísimo, créeme que si, y si no hubieras hecho esto creo que... No sé, podríamos llevarnos de una forma distinta, creo que incluso haríamos buena pareja sentimental pero...

—No puedo amar — admitió, interrumpiendo mis palabras de forma inesperada, normalmente era más de escuchar que de hablar—. Los sociópatas solo buscamos la satisfacción, la autocomplacencia y un aumento de nuestro propio ego. De este modo, no te enamores de mí porque vas a terminar jodida.

—¡Voy a terminar jodida de todas formas!— exclamé llevándome las manos a la cabeza—. ¿Es que no lo ves?

—¿Qué te estás alborotando por nada? Si, lo veo.

Me entró la risa al escucharlo, esa risa que indicaba pánico, y desvié la mirada intentado buscar una forma para calmarme.

¿Qué había hecho para merecer tal cosa, Dios?

Sé que no soy alguien demasiado religiosa, que no voy mucho a misa y que no rezo por las noches pero... Una ayudita con este loco no me vendría nada mal.

—Ven conmigo —ordenó tendiéndome una de sus manos.

—No.

Intenté soñar firme pero mi voz salió más temblorosa de lo que me gustaría.

Soy patética.

Tengo miedo.

Estoy en la mierda.

De sus labios se escapó un gruñido y acto seguido agarró con fuerza de mi brazo para obligarme a caminar delante de él. Me sorprendí cuando en el amplio pasillo no había absolutamente nada, las paredes estaban pintadas de blanco y a cada lado había varias puertas.

No, en realidad había muchas puertas.

—¿Cuántas habitaciones tiene esta casa?

—Veinticuatro.—Él respondió con un tono cortante, mis ojos se abrieron ante la sorpresa.

¿Cómo diablos tenía tantas habitaciones? O mejor dicho, ¿por qué tenía tantas habitaciones?

—¿Por qué?

—Cállate — espetó con un claro enojo.

Cállame quise decir, pero al instante supe que sería una mala idea, no estaba tratando con un tipo normal... Si era cierto lo que decía y era un verdadero sociópata, ¿qué diablos hacía yo allí? ¿Verdaderamente me quería para satisfacerse?

Cuando me doy cuenta de la realidad ya no estamos en un pasillo con puertas a ambos lados sino en lo que parece ser una cocina.

—Si tienes hambre, come — indica señalando con la mirada la fruta que había encima de la mesa, después con su dedo índice señala la nevera y finalmente las alacenas.

Vaya, hombre, eso me hace dudar de tus palabras... Los sociópatas no se preocupaban por los demás, eran un tanto narcisistas, ¿no?

¿Por qué entonces estaba indicándome tal cosa?

Basta, me confundes, tío. ¡Yo así no juego!

MuñecaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora