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Se sentía la tercera rueda de un auto

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Se sentía la tercera rueda de un auto. En su propia cita, el era el violinista, o bueno sí eso se podía llamar cita.

¿Que tal la de zombies? Se ve buena — dudoso, México miró la cartelera del Cine, a su lado USA miraba igual, pero apoyando la película de Héroes. Atrás, Argentina miraba con aburrimiento, le daba igual que película eligieran, el no la iba a disfrutar.

Voy a comprar — anunció, llamando la atención de USA que le asintió en respuesta, pero volvió la vista a la cartelera en cuanto México sostuvo su antebrazo. Argentina odiaba hacer escenas en público, así que solo apretó sus labios y se fue a comprar los pochoclos y las bebidas. Mirando a lo lejos como USA y México reían, felices en su burbuja, sintiendose tan fuera de lugar.

Bajo la vista, con una presión en su pecho, y se encontro la carita regordeta de un niño de rasgos asiáticos, mirándolo mientras lamía su paleta. De la nada empieza a rebuscar en el bolsillo de su chaqueta y le extiende lo que logró hayar.

Sonrió y carcajeó un poco cuando tomó lo que tenía entre su pequeño puño.
Caramelos de limón, eran los caramelos que más odiaba, pero igual abrió uno y se lo metió en la boca.

Wow, realmente debió de verse patético para que un niño le diese de sus dulces. Aunque también podría ser que se quería deshacer de esos asquerosos caramelos y lo vió como su única opción.

Levantó una de sus comisuras e hizo una sonrisa torcida, que casi llegó hasta sus ojos, luego se despidió con la mano y volvió a comprar. Debía volver a su maravillosa y ácida cita de limón.

Volvió con sus brazos ocupados con los grandes tachos de pochoclos, su manos con bebidas y con un poco más de ánimo que antes.

México se apresuró a ayudarlo, luego le entregó el papelito con su asiento, con una gran sonrisa de emocion que contagiaba, bueno solo a USA porque  Argentina seguía con su mismo rostro de falsa felicidad.

Caminando por el oscuro pasillo, Argentina vió a USA y México entrar en la fila G, volvió a ver su boleto y este decía fila H. Soltó una risa incredula, pero no hizo más que sentarse en su lugar y esperar a que empiece la desgraciada película.

No habían pasado ni 30 minutos y ya se había aburrido. Miró hacía abajo, USA y México miraban atentos la película, comiendo pochoclos del mismo tacho.
Un nudo se alojó en su garganta, un nudo de celos, envidia y tristeza. Porque no podía ser México, porque no podía ser aquel a qué todos adoraban, porque no podía ser el centro del universo para USA.
Miró su cuerpo y se odió, porque era Argentina, porque estaba más veces roto que bien, porque no podía hacer feliz a nadie, porque México era mil veces mejor que él y todos lo sabían.

Su ojo izquierdo empezó a picar y al frotarse notó la humedad de su rostro, estaba liberando aquellas lágrimas que juró no mostrar ante nadie más que el peluche de su cuarto que le regaló su mamá, el cual abrazaba todas las noches en busca de amor.

No podía soportar la idea de que alguien lo viera así, tan débil, tan vulnerable, prefería mil veces que lo vieran como un amargado cascarrabias que odiaba todo a que lo vean así.

Se levantó de su asiento y salió de ahí hacía el baño, aprovechando la distancia, bajó por el otro lado, así USA y México no se dieron cuenta de su ausencia, aunque creía que tampoco se darían cuenta incluso si el se sentará a su lado.

Llegó al baño, apresurado, y se encerró en un cubículo, que por suerte había disponible. No lloró amargamente, por el contrario, intentó realizar sus ejercicios de respiración y pensar con frases positivas, porque saldría de ahí con la frente en alto, no llorando y demacrado.

Unos cinco minutos pasaron y él ya se encontraba como nuevo, mirándose al espejo y arreglando su imagen. Aún así no volvería, porque conocía sus propios límites y ese era uno que no se atrevía a pasar.

Faltaban casi dos horas para que terminara la película, así que no dudó en llamar a un taxi y salir del centro comercial. Le había mandado un mensaje a USA en el camino, diciendo que había surgido un problema y tenía que irse, porque conocía a su novio, el no encendería su teléfono hasta que acabace la película y eso le daría tiempo para irse.

Caminó con toda normalidad hasta el estacionamiento, dónde espero pacientemente el taxi. Estaba anocheciendo y todo se pintaba de un rosa que hacía parecer que era un cielo de fantasía.

Cuando por fin llegó aquel taxi, se subió, acomodándose en el asiento.

Buenas tardes ¿A dónde? — amablemente, le preguntó el chófer, mirando lo el espejo retrovisor.

Buenas tardes ¿Conoce algún bar cercano? — de igual manera le preguntó. El hombre parecía pensarlo un poco antes de responder.

Está el de Dulcinea a unas 15 cuadras, después es Valentino que está un poco más lejos, pero entre nosotros, yo se lo recomiendo más que el otro — se rió contagiando a Argentina, que sabía que más que una recomendación era para que pague más por la distancia.

Bien, a Valentino entonces — sonrió asintiendo. El chófer hizo un gesto de aprobación y se dirigió hasta aquel bar. En el camino hablaban de cualquier cosa que sucedía, al parecer el chófer no podía soportar el silencio y Argentina no era muy bueno para solo escuchar.

Bueno, acá es, serían $800 — informó, parando frente un local donde la gente entraba y salía, al parecer era muy concurrido.

Gracias — le extendío el dinero y se estaba por bajar, cuando se detuvo y volvió a mirar al chófer — disculpe las molestias, pero ¿Podría volver aquí en dos horas? Así no tengo que volver a llamar.

Si claro, no hay problema — asintió con confianza, dejando que Argentina bajará antes de que se marchara.

El albiceleste miró el local y se adentró, pidiendo su bebida más fuerte.
Porque lo suyo no eran los ácidos caramelos de limón, era el amargo ardor del alcohol.







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