capitulo 2. Visión de muerte.

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- ¿Y si te dicen que si te tiras ahora mismo del balcón de tu casa, en el quinto piso, pero cuando revivís lo haces en el mundo de la magia, donde todas las historias y personajes de los libros que leemos existen?

- ¿Tendría que abandonar a toda mi familia?

- Y... Si.

- No sé. Es difícil. Saber que voy a estar sola y expuesta a un mundo tan peligroso... Yo supongo que la única forma de que lo haga es que vengas conmigo.

Luisa hablaba en serio. Cuando la conoció a Joaquina ambas ya eran fanáticas de la fantasía. "Joa" siempre fue más lectora que "Lui", era un hecho que ambas tenían presente. Pocas veces era Lui la que le recomendaba a un libro. En general la situación se daba al revés. Joaquina llegaba a la casa de Lui con un libro nuevo, diciendo que era el mejor libro que había leído jamás, y se lo prestaba para que Lui lo disfrute.
Habían estado juntas y sido amigas desde los 11 años. Mejores amigas a decir verdad.
Luisa era puro cerebro en el momento de llevar a cabo travesuras, y Joaquina se sumergía en ellas sin pensar en las consecuencias. Confiaban una en la otra mas que en sí mismas, y no dudaban que si una se metía en problemas, la otra iba a acompañarla. "Las dos, o ninguna", solían decir en el momento en que una dudaba sobre algo. Tuvieron más experiencias juntas que separadas. Nunca se tomaban nada enserio, a excepción de sus libros, claro.
Vivian en un mundo completamente irreal. Haciendose preguntas como: "Si fueras a Hogwarts en que casa estarías?; Con cual te identificas de los juegos del hambre?; Preferis a Jace o a Peeta?".
Imaginaban todo el tiempo como sería sus vidas si estuvieran en un libro.
En el cumpleaños número 17 de Luisa, su mejor amiga le regalo una biblioteca con ruedas. Joaquina tenía muy presente que la naturaleza de su amiga era ir de acá para allá, girar y conocer, y nunca estancarse en un mismo sitio mucho tiempo. Lui, como todos la llamaban, era tan propensa a los cambios que Joaquina quería asegurarse que tuviera los libros e historias que las unían, y que mantenían fuerte su amistad, a donde quiera que fuese.
Luisa cambiaba de gustos, como de estados de ánimo y necesidades. Joa la llamaba "adicta a los cambios".

- Sabía que me ibas a decir eso -Dijo Joaquina divertida y entusiasta, mostrando su blanca y amplia sonrisa de oreja a oreja-. Sabés que yo no lo haría sin vos.

Caminaron durante todo el día por el centro de la ciudad. Empezaron por recoleta y continuaron por la zona de plaza Italia. Se recorrieron el shopping de palermo de punta a punta. Tenían una fiesta de cumpleaños esa noche y Lui iba a ver al chico que le gustaba allí, Juani. Por consecuencia Joaquina insistía con que se compre un vestido nuevo y "sexi" para seducirlo.

- No me gusta nada. Todo me queda horrible. Mirá esto- Luisa con ambas manos agarraba fuerte el royo que salía entre la cadera y la cintura, pero sonreía burlonamente-. Parezco un chiste de mal gusto.

- Ay, déjate de joder. Te queda hermoso

A Luisa no le gustaba usar nada que fuera al cuerpo, o con escote, o demasiado corto. De hecho, Luisa odiaba su cuerpo de punta a punta. La hacía sentir incómoda e insegura. Su piel era extremadamente blanca, casi transparente, y no había ni rastro de alguna peca que disimulara su palidez. Por ende, mostrar pedazos de su blancura provocaba el típico comentario incómodo de "que blanca que estas" o "te falta tomar sol". Lui odiaba que le digan eso, y odiaba la cara de asco que le ponían al decirlo. Es horrible ser tan blanco, pensaba ella. El sol le hacía mal. Le daba náuseas y dolor de cabeza. Además, aunque intentara broncearse, jamás conseguía tomar color. Se ponía roja como un tomate y hacia que su redonda y cachetona cara parezca la de un chanchito con fiebre.
Cuando recibía esos comentarios despectivos hacia su piel, trataba de pensar en su lado positivo. Era como una marca de identidad para ella. Su padre era Finlandes con raíces de la comunidad vikinga, y tenía el mismo color de piel pálido y libre de pecas, y ese pelo lacio y rubio casi platinado. Cuando Luisa veía las fotos de él que su madre tenía escondidas, se veía tan parecida que le daba escalofríos. Incluso tenían los mismos ojos azul oscuro, grandes y redondos, y el ceño fuerte y fruncido. Era entonces cuando se sentía orgullosa de sus características físicas identificatorias, tan vikingas.
Pero en general no le gustaba su cuerpo. Siempre había sentido que los chicos la miraban raro, y que iba a costarle mucho conseguir novio. Cuando tenía 12 años era la más alta de su curso. Y a los 9 los nenes le tenían miedo. Decían que con una mano podía romper un brazo. Luisa lloraba todas las noches por esas burlas y deseaba haber nacido menuda.
Sin embargo en su adolescencia, su estatura era media. La última vez que calculó su altura tenía 17 años y medía 1,65m. Pero lo que más le molestaba, es que, como sangre vikinga que tenía, su espalda era más ancha que la de la mayoría de sus amigos varones. Lo cual la hacía poco sexi y bastante torpe.
Su último novio (y único hasta ahora) una vez le dijo que quizás no era la chica más sexi de la ciudad, pero que era la más linda, que él no era el único que lo pensaba, y no había nada mejor que besar a una chica muy linda.
De todos modos, pese a su inseguridad, Luisa solía reírse mucho de sí misma y remarcar sus defectos físicos haciendo chistes al respecto. Era la mejor manera de hacer notar a los demás que se daba cuenta de cómo realmente era ella, y que a veces para ser feliz hay que, simplemente, aceptarse tal cual es uno y aprender a vivir con eso. Quererse y no darle importancia.
Lui pensaba que en la vida hay cosas que no pueden cambiarse. Uno puede bajar de peso, o teñirse el pelo, pero nunca vas a dejar de ser quien sos. Ella iba a seguir siendo la misma vikinga torpe y poco sexi. Por eso, siempre se reía de sí misma, y trataba de aflojar tensiones.

Madre del Destino.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora