1. Un inesperado viaje a la eternidad

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Érase una vez, hace 1200 años, en el antiguo Egipto, una niña llamada Nefertiti, cuyo nombre significa "La bella ha llegado".

Nefertiti era una joven de espíritu amable y corazón bondadoso. Su madre, una mujer sabia y respetada, servía como tutora del príncipe Akhenatón, un joven cuya vida estaba marcada por la fragilidad. Las enfermedades y malformaciones físicas que padecía, al punto de necesitar un bastón para caminar, no afectaban su carisma ni su inteligencia.

Cuando el faraón, su padre, falleció, Akhenatón, aún joven, tuvo que asumir el trono. La corte, consciente de su delicada salud y el peso que recaía sobre él, decidió que debía casarse para fortalecer su posición como rey. Los consejeros creyeron que una unión con Nefertiti, la joven que había crecido cerca de él, sería beneficiosa para todos.

A pesar de ser apenas unos niños, los casaron, y pronto se presentaron ante Egipto como la nueva familia real. Con el tiempo, lo que comenzó como una alianza forzada se transformó en un amor genuino, un afecto que Egipto no había visto nunca en su trono. Akhenatón no dejaba pasar ninguna oportunidad para proclamar su devoción por Nefertiti, llenando los templos y palacios con imágenes de ambos, retratados en momentos de ternura y amor. Con el paso de los años, las esculturas incluyeron a las seis hijas que juntos trajeron al mundo..

A pesar de la vida en palacio y su título como Gran Esposa Real, Nefertiti siempre fue una mujer pragmática. No creía en mitos o en divinidades intangibles; solo confiaba en lo que podía sentir, ver y experimentar. Bajo su influencia, Akhenatón decidió llevar a cabo uno de los cambios religiosos más radicales de la historia egipcia: abolió el culto a los múltiples dioses y lo sustituyó por la adoración a un solo dios, Atón, el dios del sol, visible y tangible para todos. Este cambio, aunque revolucionario, provocó la ira de los sacerdotes y muchos ciudadanos egipcios.

Tras la muerte de Akhenatón, Nefertiti se vio obligada a desaparecer del ojo público. El descontento del pueblo creció, y Nefertiti cambió su nombre para poder vivir en el anonimato.

En una noche oscura y serena, bajo un manto de estrellas que resplandecían con más fuerza de lo habitual, Nefertiti se encontraba sola en sus aposentos de la ciudad de Tell el-Amarna. El aire estaba quieto, y solo se escuchaba el susurro lejano del Nilo en calma. Una estrella destacaba sobre todas las demás: Sirio, la estrella que anuncia la llegada de la inundación del río y marca el inicio del nuevo año egipcio. Era una señal de fertilidad y renacimiento, pero para Nefertiti, esa luz solo evocaba recuerdos de deseos incumplidos.

Cada año, al ver Sirio brillar en el cielo, recordaba sus intentos fallidos de tener un hijo varón. Las aguas del Nilo siempre traían promesas de fertilidad, pero tras el nacimiento y muerte de  tres de sus hijas, Nefertiti había perdido la esperanza. Había creído con fervor en el ciclo de vida y muerte, en las bendiciones de l dios Aton, pero después de tantos fracasos, y ahora sola, sin su amado Akhenatón, aquel antiguo ciclo ya no le daba consuelo.

Observó su reflejo en un espejo, y el rostro que le devolvió la mirada era el de una mujer que había sido testigo de demasiadas pérdidas. Aun así, por un breve instante, sintió una conexión con las estrellas, como si Sirio y las incontables luces que la rodeaban intentaran recordarle que la eternidad aguardaba más allá del tiempo y del dolor terrenal.

De pronto, un sonido la sobresaltó. Algo había caído en el balcón de su habitación. Se levantó para investigar, pero al salir solo encontró la vasta oscuridad del cielo y las arenas infinitas del desierto. El resplandor de la luna llena cubría las dunas con un brillo etéreo, pero sobre todas las luces, Sirio continuaba dominando el firmamento. Por un instante, su alma encontró paz en la inmensidad del paisaje.

Pero ese momento de calma fue interrumpido por un ruido metálico. El brillo de una espada atravesó la penumbra.

La cabeza de Nefertiti rodó hacia el suelo, sobre un charco de sangre que se expandía rápidamente. Sus oscuros ojos reflejaron la última imagen que verían: una noche infinita, negra como la eternidad que la esperaba. Así, Nefertiti emprendió un viaje inesperado hacia la inmortalidad.

La Grieta en el MaatDonde viven las historias. Descúbrelo ahora