3.El sofocante Nilo

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El viaje continuó. Las puertas del inframundo se abrían una a una, y con cada paso que avanzaba, Nefertiti sentía el peso de su destino acercarse. Finalmente, en la hora sexta, llegó el momento del que siempre había oído hablar: el Juicio del Corazón. La barca se detuvo en una orilla, y Nefertiti descendió con calma, sabiendo que ahora enfrentaría la prueba definitiva.

Frente a ella, los dioses la observaban con rostros imperturbables. Anubis, el guardián de las tumbas, la guió hacia el centro del recinto. Ante su presencia, colocó el corazón de Nefertiti en la balanza, y en el otro lado, la ligera pluma de Maat, el símbolo de la verdad y el orden divino. Este era el momento crucial: si su corazón pesaba más que la pluma, significaba que había sido corrompida por sus acciones en vida, y su alma sería devorada por Ammit, la bestia que aguardaba en las sombras para consumir a los injustos.

Los minutos que siguieron fueron tensos. Nefertiti observó cómo su corazón tambaleaba, oscilando ligeramente en la balanza. Los pensamientos se arremolinaban en su mente. Había cambiado la religión de todo Egipto. Durante su vida, había rechazado a los antiguos dioses en favor de un único dios, Atón, el disco solar. Había sido fiel a ese dios hasta el último de sus días, pero nunca se había preguntado qué sucedería cuando enfrentara a los dioses que había dejado en el olvido. ¿Cómo juzgarían sus acciones?

Por un instante, creyó que la balanza se inclinaría en su contra. ¿Había cometido un error imperdonable? Pero entonces, tras lo que parecieron horas de incertidumbre, la balanza se equilibró. La pluma de Maat y su corazón se encontraron en perfecto balance.

Nefertiti dejó escapar un suspiro de alivio, pero su mente aún estaba llena de pensamientos. Había estado preparada para huir de la bestia, para enfrentar el destino más oscuro, y ahora que había superado el juicio, se daba cuenta de lo cerca que había estado de perderse para siempre. Había temido el momento desde el principio, y sin embargo, ahora podía continuar su viaje hacia la eternidad.

Las horas seguían su curso inexorable, y Nefertiti, tras atravesar desafíos y pruebas, logró avanzar hasta la hora once. A medida que avanzaba, vio cómo las almas de otros difuntos comenzaban a congregarse, formando una caravana que también seguía su camino hacia el renacer. Era una visión solemne: seres etéreos avanzando en paz, marchando hacia la inmortalidad. Nefertiti sintió cierto consuelo al estar rodeada por ellos, como si, de alguna manera, no estuviera completamente sola en su travesía.

Finalmente, llegó la hora doce, el momento culminante. Allí, frente a ella, yacía su cuerpo, descansando sobre una cama adornada con símbolos sagrados. Este era el cuerpo que había dejado atrás en el mundo terrenal, y ahora, todo lo que tenía que hacer era reunirse con él para que su Ka –la fuerza vital que la acompañaría en la eternidad– viniera a unirse con ella. El ciclo estaría completo, y Nefertiti podría vivir para siempre en el más allá.

Ella, se acercó con calma a su cuerpo, pero algo terrible ocurrió. El rostro de su cuerpo terrenal estaba desfigurado, irreconocible, destrozado de una manera que jamás imaginó posible. Para los egipcios, la momificación no era solo un ritual, era la clave para que el Ka pudiera reconocer el cuerpo y unirse a él. Pero ahora, al ver el estado de su rostro, supo con terror que si se unía a ese cuerpo, su Ka no podría reconocerla. Se desvanecería junto con ese cuerpo roto, su alma perdería el camino, y su eternidad sería destruida.

El pánico la envolvió. Retrocedió tres pasos, su respiración acelerada, su mente en caos. ¿Qué podía hacer? La sala en la que se encontraba estaba cubierta de jeroglíficos, símbolos sagrados que parecían observarla mientras su mente trataba de encontrar una solución. Si no podía unirse a su cuerpo, el destino que había logrado evitar tantas veces finalmente la alcanzaría.

Desesperada, salió de la habitación, dejando atrás su cuerpo desfigurado. En ese momento, vio cómo la caravana de almas que la había acompañado se alejaba, avanzando sin ella. Algo dentro de Nefertiti se rompió. No podía quedarse atrás, no ahora que había llegado tan lejos. Corrió tras ellos, su mente luchando por encontrar una solución. Si no podía unirse a su propio cuerpo, tal vez, solo tal vez, podría encontrar otro cuerpo que pudiera alojar su Ka. Un cuerpo intacto, uno que la permitiera continuar viviendo por toda la eternidad.

Al acercarse a la caravana, vio algo que llamó su atención: una pequeña luz que se movía entre las almas. No tenía la forma clara de un cuerpo humano, parecía algo más joven, más inocente. ¿Podría ser el alma de un niño? Nefertiti pensó que, tal vez, si lograba unirse a esta alma, su Ka podría reconocerla. Quizá esta luz sería suficiente.

Con manos temblorosas, intentó tomarla. Pero la primera vez no lo consiguió. La pequeña luz escapó de sus manos como si fuera un espectro de viento. Desesperada, lo intentó de nuevo, esta vez con más fuerza, avalanzándose sobre la luz. Pero su impulso fue demasiado, y cayó al río.

En un instante, el Nilo se convirtió en un caudal oscuro y violento, diferente a la calma con la que había fluido durante las horas anteriores. El río la envolvió por completo, su cuerpo fue arrastrado por corrientes traicioneras, y todo a su alrededor comenzó a volverse borroso, sumido en una confusión impenetrable. El agua la envolvía, fría y sofocante. ¿Acaso todo había terminado ahí?

En medio del caos, solo hubo oscuridad.

Pero entonces, después de lo que parecieron siglos en la penumbra, Nefertiti abrió los ojos. Lo primero que percibió fue el techo de madera. La luz era suave, y el ambiente cálido. Ya no estaba en el Nilo, ni rodeada de serpientes o seres del inframundo. No había dioses observándola. Se encontraba en lo que parecía una pequeña casa, una cabaña de madera modesta y rústica.

¿Dónde estaba? Todo parecía irreal, pero, al mismo tiempo, algo le decía que esto no era una ilusión. Los sonidos del río se habían desvanecido, reemplazados por el crujido de la madera y una brisa leve que atravesaba las rendijas de la cabaña. Su viaje no había terminado aún.

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⏰ Última actualización: Oct 06 ⏰

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