IV

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Mi corazón palpitaba con fuerza y tenía la adrenalina a millón. Hacía un gran esfuerzo por enfocarme en salir cuanto antes de esta locura, en vez de embelesarme por la belleza barroca del palacio de Versalles. Los invitados de la ceremonia estaban reunidos en un precioso salón. 

 Jules, Stephan y yo nos ocultábamos tras un muro, esperando el momento de la acción. Mi corta estatura era una desventaja a la hora de escapar, por lo que estaba en el medio de ambos, intentando sujetar sus manos a pesar del sudor. Al cabo de unos minutos, la audiencia guardó silencio y se escucharon pequeños golpes en un micrófono.

—¡Ya!—. Susurró Stephan. 

No me dio tiempo de reaccionar. Nuestras pisadas resonaban por el lustroso piso de mármol y en la audiencia se escuchaban susurros indignados. Las voces de la multitud se hicieron más notorias cuando los chicos lanzaron las fotografías.

—¡Bastien tiene el descaro de criticar mi relación con un hombre mientras se folla a una mujer casada!—. Gritó Stephan con voz entrecortada.

—¡Atrápenlos!—. Resonó una voz indignada mientras vislumbrábamos la sombra de unos guardias de seguridad. Ya no estaba asustada, de hecho, dejé salir todos los disgustos que había reprimido a lo largo de mi vida. 

—¡Bastardo hijo de puta!—. Gritó Jules a medida de que nos alejábamos. 

—¡Hipócrita de mierda!—. Solté desde lo más profundo de mi garganta y empecé a reír frenéticamente.

A duras penas logramos salir del edificio. Cuando cruzamos la puerta, Jules me abrazó tan fuerte que me alzó unos centímetros del suelo. También abracé a Stephan, quien me dio las gracias por haberlo ayudado a hacer justicia. 

Estaba lloviendo a cántaros de regreso a la casa de Jules. Mi vestido estaba empapado, mi ropa interior se distinguía perfectamente a través de la fina tela floreada, sin embargo, a ninguno de los dos nos parecía importar. 

Entramos corriendo al edificio. Nuestra ropa encharcó el piso del vestíbulo y la sucia alfombra del ascensor. Cuando éste se cerró, no pude evitar experimentar una sensación que hasta ese momento era desconocida en mi cuerpo. No sabía bien que era, pero sé que era producto de la cercanía íntima que nos proporcionaba el pequeño elevador. Respiré profundo, no quería que ese momento acabara nunca.

—Sabes Vivianne, me sorprendiste hoy, en Versalles. Teniendo en cuenta de que cuando viste a Stephan y a su novio parecía que hubieses presenciado un asesinato a sangre fría.

—Tu forma de pensar es extraordinaria y nunca he conocido a una persona con la mente tan abierta como la tuya. Tu sentido de la justicia es contagioso. Odio admitirlo, pero te admiro, Fumador pretencioso.

—Joder, Fille de petit ville. ¿A caso estás coqueteando conmigo?

—Claro que no.

—En ese caso, desearía que lo hubieses hecho.

Ignoré sus palabras y bajé del elevador. Cuando entramos al departamento, fuimos directo a la lavandería. Nuestra ropa estaba goteando y el frío calaba hasta los huesos. Jules puso su ropa en la secadora y me dio una toalla para que la envolviera en mi cuerpo. Le entregué mi vestido y encendió el aparato.  El vapor cálido que irradiaba aliviaba la piel y contrarrestaba el clima gélido de afuera. Jules se veía abrumadoramente atractivo. La sensación del ascensor se intensificó, sujeté la toalla con fuerza y tensé las piernas, esperando que no note el rubor de mis mejillas. 

—Joder Vivianne, me halaga que me admires, como no tienes idea. Pero soy yo quien debería admirarte a ti. Creciste en un entorno diferente al mío, tú eres capás de desafiar los prejuicios que se te inculcaron y velar por la justicia, algo que nunca antes había visto. Tú tienes la mente impresionantemente abierta. Yo soy un caso perdido.

—"Los casos perdidos son los únicos por los que merece la pena luchar"—. Murmuré con voz entrecortada, citando "Caballero sin espada", una película de 1939 que habían proyectado hace días en la cinemática.

Jules esbozó una sonrisa triste y yo tomé su barbilla con delicadeza. 

—Jules...

—¿Si?

—¿Puedo...—No terminé la oración. Uní con urgencia mis labios con los suyos, una tormenta de sensaciones invadieron partes de mi cuerpo que hasta ese momento desconocía. Entreabrí mis labios, profundizando el beso.

Las sensaciones se intensificaban, la toalla resbalaba de mi pecho y el vapor de la lavandería suavizaba el roce entre nuestros cuerpos. Jules me atrajo hacia sí y comenzó a plasmar suaves besos en mi cuello. Me temblaban las piernas y soltaba jadeos temblorosos, mientras sujetaba su cabello con devoción.

 Cuando ya no podía sostenerme, Jules sujetó mis muslos y me alzó del suelo. Entrelacé las piernas en su cintura y con cuidado me apoyó sobre la secadora. El calor y la vibración que emanaba el aparato me hicieron estremecer. Cuando estaba por desabrochar mi sujetador, las sensaciones de mi cuerpo, mis inseguridades y los sentimientos encontrados comenzaron a abrumarme, no sabía como manejar la situación, así que entré en pánico. Rápidamente me aparté y comencé a sollozar. 

—Hey, ¿Estás bien?

—Yo...

—Shhh, tranquila—. Lo abracé fuertemente. No podía dejar de llorar, escondí mi cara en su pecho y él acariciaba mi cabello. —No haremos nada que no quieras, ¿vale? Un día a la vez.

Cuando nos separamos no podía mirarlo a los ojos, me sentía confundida y avergonzada. Me entregó la misma camisa de la noche anterior. Me la puse rápidamente y caminé hacia la habitación de huéspedes. Cuando me tumbé en la cama sentí Déjà vu, terminé el día vestida exactamente igual a como lo comencé, la diferencia es que mi ropa interior estaba empapada y no precisamente por la lluvia.


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⏰ Última actualización: Jun 09, 2021 ⏰

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