𝓒𝓱𝓪𝓹𝓽𝓮𝓻 𝓸𝓷𝓮

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     ¿Cómo podría adivinar la dulce Constantine que su vida cambiaría en tan solo unos instantes esa húmeda mañana de julio?

     Dentro de la sociedad, no era muy bien visto el hecho de que una joven mujer, soltera y en harapos tan desfachatados, anduviese sin la compañía de alguna figura masculina... Por suerte para la rubia joven de orbes celestes en el mercado de Bethnal Green asistía tanta gente de su misma clase social, que ya no solían prestarle atención a ese pequeño detalle de etiqueta que comenzaba a frecuentarse por la zona.

     Con un padre de tercera edad, una madre ocupada con los quehaceres de la casa y cinco hermanas menores a las cuales debían hacer un gran esfuerzo por mantener, Constantine Chadburn se había atribuido unas cuantas tareas domésticas que realmente no le competían, como limpiar todas las habitaciones, cuidar a sus hermanas, lavar la ropa de su padre, e ir de compras al mercado con escaso dinero en busca de lo que alcansace para los alimentos, aunque esta última solo la realizaba los fines de semana, o simplemente cuando tuviesen el capital suficiente como para tener comida en la despensa para al menos dos semanas, como mucho.

     Sí, la situación económica de su familia se mantenía en decadencia cada año que pasaba, y el señor Chadburn con sesenta y cinco años de edad ya no se encontraba en el mejor estado físico como para buscar trabajo en alguna empresa aledaña, por lo tanto, solo debían sobrevivir con las cincuenta libras que el Estado les hacía llegar a casa cada dos meses al año.

     Era una verdadera tortura.

     A pesar de esta tragedia, de los quejidos de su padre y de los constantes regaños de su madre, Constantine había decidido entrar a sociedad mucho antes de lo normalmente establecido. Desde sus dieciséis años había tenido al menos cinco trabajos diferentes: niñera, lavandera, lustra zapatos, repartidora de periódico, y por último, vendedora de pescados en el mercado, aunque este último no le había agradado en absoluto, el olor le parecía nauseabundo y tardaba al menos dos días en sacarlo de las escasas prendas de vestir que tenía. Después de dejarlo, hace unas tres semanas atrás, había tenido que hablar con su madre y acortar un poco los gastos de la casa, cosa que a la señora Chadburn no le agradó en absoluto, pero para su suerte, una de sus vecinas, al otro lado del campo le había ofrecido un trabajo de mucama en su casa, a lo cual accedió inmediatamente.

     A eso se resumía la vida de la joven rubia: trabajo... Trabajo duro.

     Sin importar lo cansada que estuviese, el trabajo siempre la sacaría adelante.

     En el mercado de Bethnal Green, los diversos aromas lograban atravesar las pequeñas fosas nasales de Costantine, ennumerando un sinfín de olores en su cabeza, los cuales la hacían perderse en sus pensamientos mientras bagaba su mirada en busca de lechuga fresca para la alacena, sin mencionar lo difícil que era conseguir algún producto lo suficientemente tierno en un lugar como Bethnal Green, en donde las situaciones humanas eran tan deplorables que la clase alta solía darse la vista gorda al respecto. Los campesinos caminaban por doquier con sus frutas y verduras, intentando terminar con rapidez, debido a que las pequeñas gotas de llovizna caían sobre el lugar, haciendo que el olor de la lluvia fuese la principal protagonista del día.

     Era uno de los entornos más lúgubres en los que alguien podría desear vivir.

     Una dulce sonrisa se plasmó en los rosados labios de Constantine, ¿cuándo había sido la última vez que se había bañado en la lluvia? No podía recordarlo, pero las frías gotas que morían una vez descendían sobre su rostro, la hacían sentir tan fresca, que quiso permanecer en ese lugar por unos instantes más, para su mala suerte, el fuerte empujón que un robusto hombre le dio por accidente desde su espalda, la hizo seguir con su diligencia.

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