𝓒𝓱𝓪𝓹𝓽𝓮𝓻 𝓽𝔀𝓸

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     La poca iluminación, el intenso ajetreo de las mujeres y los incesantes murmullos, hacían de aquella tosca y lúgubre cabaña un lugar lo suficientemente desagradable como para que alguien quisiera huir de allí dentro lo más pronto posible aquella húmeda noche de primavera.

     El grupo de jóvenes que debían ser arregladas para antes de las doce no comprendían lo que estaba sucediendo a su alrededor, o el por qué se encontraban allí, después de todo, la realidad se sentía un tanto distorsionada, algunas ni siquiera podían recordar de dónde venían debido a la profunda sedación a la que habían sido forzadas. Sus cinco sentidos no se estabilizaban del todo, y eso provocaba el llanto y el pánico de cada una de ellas.

     Había al menos veinte hermosas jóvenes de entre quince y veinticinco años aquella noche. Sin lugar a duda el joven Larkin había resultado ser un buen aprendiz en lo que a trata de blancas se refería. Entre la mañana y la noche del día anterior el nuevo asistente de madame Bonnet había raptado a veinte hermosas damas de diferentes edades, contextura y estilos, con rostros tan delicados que mostraban su pureza interna. Sus clientes eran muy avariciosos en gustos, es por ello que no tenían un tipo de dama en específico, solo se enfocaban en buscar lo mejor de lo mejor, y sacarle el máximo provecho financiero.

     Pequeñas, altas, de ojos cafés, verdes y azules, incluso pudo jurar que un par de ellas los tenían grises. Otras con cabelleras frondosas o muy alisadas. Bustos grandes, bustos pequeños. Había mucha variedad aquella noche en la conocida cabaña de madame Bonnet. Sin duda alguna esa noche sería una increíble, esperaba recolectar al menos 10.000 libras para antes del amanecer, en donde su acuerdo comercial con los oficiales a cargo de supervisar los campos aledaños, terminaba, pero primero necesitaba vestir y arreglar mejor a aquellas jovencitas aturdidas.

     Para madame Bonnet la atracción siempre comenzaba con la primera mirada, por ello hacía todo lo posible de estilizar con una apariencia bastante provocativa a cada una de las chicas que tocaban el suelo de su cabaña.

     —Hiciste un buen trabajo esta noche, Larkin. Si pudiese darte a una de mis niñas lo haría —felicitó madame Bonnet con su distinguido acento francés al joven de cabello negro y ojos oscuros que estaba de pie a su derecha. Observaba meticulosa como las mujeres que trabajaban para ella comenzaban a colocarle los hermosos harapos de colores pastel que poseían en sus armarios, a las jóvenes, quienes comenzaban a entrar en una crisis nerviosa debido a la desinformación del momento.

     —Si se apiada de mí, madame, no quisiera a nadie más que a aquella belleza dorada que aún se encuentra dormida sobre el abundante pajar. Apuesto a que será la más valiosa de la noche.

     Madame Bonnet elevó su fina ceja con picardía, siguiendo la candente mirada de su ayudante. Cuando llegó hasta su punto de enfoque se encontró con el pálido cuerpo adormilado de la muchacha a la que Larkin observaba con tan ferviente admiración. Madame Bonnet emitió un leve chasquido con su lengua; sin ninguna duda él no se había equivocado al tildarla con el adjetivo de belleza... ¡Era un ángel!

     Llevaba puesto un vestido bastante gastado de lo que parecía ser blanco, ahora lleno de lodo en gran parte de este, el cual se le había levantado lo suficiente como para dejar al descubierto unas largas y delgadas piernas tan seductoras como sus pequeñas manos las cuales reposaban con serenidad sobre un seco montículo de paja al igual que sus hermosas hebras doradas, las cuales se desplegaban por doquier como caudales de ríos tocados por los omnipotentes rayos del sol, pero dejando al descubierto su dulce y terso rostro caucásico, el cual dejaba a la intemperie un par de hermosos pómulos que contrastaban con lo su pequeña nariz respingona. Nada más que una verdadera belleza británica.

     —¿Dónde la conseguiste?

     —Digamos que fue por mi recorrido en Bethnal Green, un pequeño pueblo ubicado al norte del condado de Dorset, mientras hacía un pequeño mercado para su familia —rio—. Ni siquiera pudo llevar las compras.

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