La primera noche de Constantine en Bumbury fue una total pesadilla, de hecho, ni siquiera fue capaz de conciliar el sueño en lo que quedaba de tiempo antes del amanecer; mientras sus tristes y apagados ojos se cerraban por el profundo cansancio que la acobijaba, la tenebrosa mirada de Aldrich aparecía instantáneamente en su cabeza, haciéndola sentir sobrecogida. Era una completa tortura.
Ahora se encontraba recostada sobre la pequeño cama matrimonial, boca abajo mientras sollozaba sin cesar, con unos prominentes sacos oscuros bajo sus ojos, y el cabello dorado vuelto un mohín.
Observó la habitación a su alrededor, ahora que comenzaban a emanarse los primeros rayos del sol, tuvo la oportunidad de poder visualizar mejor la manera en la que estaba decorada, las amplias paredes de madera oscura que contaban con anchos marcos que sobresalían de este. A su vez, su inmensa cama estaba cubierta por una delicada sábana blanca de algodón y a pesar de que era más de lo que se hubiera imaginado en su vida, si hubiera sido en una ocasión distinta, en otro momento, y en una diferente circunstancia, tal vez se hubiera entusiasmado de estar en un sitio tan elegante como Bumbury, pero era totalmente imposible para ella pensar si acaso en darle una animada vuelta al lugar, cuando lo único que realmente deseaba con toda su alma era huir de las garras del señor Aldrich.
Inhaló con pesadez, reteniendo un poco de aire en sus pulmones, para luego exhalar, aunque se sentía más como un aullido de dolor.
Vaya noche.
Vaya vida.
Tanto la espalda como los senos le dolían debido al ajustado corset rosa que aún llevaba puesto. Las largas extensiones de tela sedosa la hacían transpirar pese a la fresca temperatura que se escabullía por uno de los ventanales de su habitación. Quería despojar su cuerpo de aquel pomposo vestido, con el cual estaba segura que con su precio alcanzaría para al menos dos meses de alimentos seguros en la alacena de su casa.
Sintió nuevamente como las gélidas lágrimas proveniente de sus ojos recorrían con delicadeza su pálida piel de durazno. ¿Qué haría su familia ahora que ella no estaba en casa para trabajar? De hecho, ni siquiera sabía en dónde se encontraba. Jamás había salido de Bethnal Green salvo para trabajar en las zonas aledañas, no conocía nada en Inglaterra, y por más que quisiese conocer un poco de su geografía actual, tampoco sabría la distancia que habría desde allí hasta su hogar.
¡Maldito fuese! ¡Debía volver a casa de una forma u otra! ¡Debía volver y ayudar a sus padres! ¡Debía trabajar a las ocho y luego de las tres ayudar a Frances en el granero! Y si el señor Aldrich creía que ella se redimiría ante su poder, estaba totalmente equivocado. Estaba acostumbrada al trabajo duro, a los maltratos y a la decadencia, un tipejo con dinero no sería problema alguno.
Se colocó de pie, pensando en su siguiente movimiento; debía ser una acción premeditada en donde todos los lacayos y las mucamas nos se diesen cuenta de su ausencia.
Pensó por unos segundos, mientras que un tenía rayo de luz solar se posó sobre sus resecos labios, acobijándolos bajo la calidez de los primeros destellos de claridad. Con el ceño levemente fruncido, giró tanto su cabeza, como su torso, provocando que el ondulado cabello dorado cayese como una cascada de oro sobre sus hombros. Desde el ventanal observó como el magnífico amanecer recubría los campos de Bumbury, mientras que el sol comenzaba a mostrarse desde el este, de una manera tan dramática que sintió como le embargaba el alma.
Cerró los ojos por unos pocos instantes, a la vez en que regulaba la respiración, y analizando el panorama frente a ella. Una vez volvió a abrirlos, bajó nuevamente la mirada al extenso campo cubierto por kilómetros y kilómetros de largos pastizales verdes, mostrando la amplitud de los terrenos del señor Aldrich.
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Pacify Her
Bí ẩn / Giật gânCuando la joven Constantine es raptada y subastada durante la fría penumbra de los campos ingleses en la famosa cabaña de madame Bonnet, no sabe si agradecer o querer huir cuando el adinerado y hosco señor Phineas Aldrich, es quien paga una generosa...