𝓒𝓱𝓪𝓹𝓽𝓮𝓻 𝓯𝓸𝓾𝓻

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     El señor Aldrich era el propietario legítimo de Bumbury, una hermosa residencia ubicada en las afueras de Castor Combe, dentro del condado de Wiltshire; la cual ocupaba para él solo. No tenía hermanos o hermanas, y su padre había fallecido aproximadamente nueve años atrás, convirtiéndolo en el legítimo heredero de aquella propiedad de unas ocho mil libras anuales.

     Contaba con un gran lago en la parte trasera, en donde los cisnes y patos solían remojarse durante la mañana y la tarde. Cerca de este había una pequeña glorieta, que a su alrededor tenía diversas esculturas inspiradas en la mitología griega, las cuales le encantaban al padre de Aldrich, y se dispersaban a lo largo de un hermoso jardín avivado gracias al pasto verde y las numerosas flores multicolores. Por otra parte, la arquitectura de la casa era completamente maravillosa, tanto así que parecía un castillo con al menos cuatro alas.

     Desde luego todas estas cualidades arquitectónicas eran imposibles que Constantine las notase en ese momento debido a la gran cantidad de pensamientos torturadores que divagaban en por su mente, nublándose, y dificultando que su razón tomase las riendas ante un escenario tan delicado como el que estaba viviendo, y preguntándose si todo aquello era una triste pesadilla, o la cruel realidad.

     El relinchar de los caballos no se comparaba al intenso sonido de su latente corazón contra su pecho, el cual repiqueteaba tan potente que con inocencia se cuestionó si sería capaz de estallar en ese momento. Se sintió mareada y con algo de náuseas cuando observó como el señor Aldrich la esperaba de pie en la de afueras mientras lo que parecía ser uno de sus criados sostenía la puerta, en espera a que la dama saliese de allí.

     Miró al señor Aldrich a los ojos y a decir verdad encontró un poco de irritación en ellos, su entrecejo estaba levemente fruncido, mientras que sus labios permanecían tan unidos como lo hacían desde la última vez que pronunció palabra alguna, rectificándole que ella ahora le pertenecía; y en ese instante se sintió como un pequeño e indefenso venado el cual se encontraba a merced del mortal cañón de un cazador, no tenía escapatoria.

     Con piernas temblorosas decidió bajar del carruaje, el cual se había convertido en su lugar de seguridad por al menos dos minutos, y tomando de la mano al criado para no caer debido al tambaleo del coche, salió completamente de este, dándole la espalda al señor Aldrich, quien le tomó de la cintura cuando el criado se retiró. Su pequeño cuerpo se colocó rígido debido al sorpresivo tacto, pero no dijo nada, solamente se dejó albergar por el miedo y el frío que azotaba su delicado cuerpo.

     —Bienvenida a su nuevo hogar, señorita Constantine —susurró el hombre con áspera voz sobre el oído derecho de la joven, quién se removió con total incomodidad bajo los largos dedos de Aldrich.

     —Nunca me sentiré bienvenida en un lugar al que no pertenezco. Mucho menos con una persona que me ha secuestrado.

     Aldrich negó con suavidad.

     —Yo la compré de la forma más justa que posiblemente vaya a conocer jamás, de hecho, pagué más de lo que usted en realidad valía. ¿No cree que por tal acto de bondad debería sentir un poco de aprecio hacia mí?

     Constantine no respondió en absoluto, se mantuvo taciturna y callada, por lo cual prefirió no seguir argumentando en contra del hombre que se posicionaba tras ella. Dio un pequeño respingo cuando a un lado de ambos el jinete arrancó la marcha de los delicados ecuestres de pelaje café.

     —Después de usted.

     La joven dama caminaba con un paso lleno de resignación junto al señor Aldrich, dirigiéndose hacia el umbral en donde se avistaba una gran puerta de madera blanca. Ya eran pasadas de la media noche, y los criados aún seguían en sus puestos, fieles a su señor, esperando órdenes de este. Con un ligero ademán uno de ellos abrió la puerta derecha hacia Aldrich y Constantine, para solamente mencionar un casto saludo:

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