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EL PRIMER ENCUENTRO

          Era la hora de la cena cuando la vio por primera vez. O al menos completamente y no solo como un borrón desde el rabillo de su ojo que fácilmente podía pasar por cualquier cosa que le permitiera fingir que solo era su imaginación la que le jugaba una mala pasada, tal como pasó en casa de Aaron.

          Comía tranquilamente, alternando su mirada de la televisión a sus dos primos que hacían comentarios tontos sobre la película de turno, haciendo reír a Samara como si no hubiera un mañana. Habría deseado poder reír cuando menos un poco, pero sólo podía dar esporádicas sonrisas cuando la miraban, como si esperaran que ella también se estuviera divirtiendo junto a ellos.

          Maika estaba haciendo su mejor esfuerzo para fingir que todo era normal y que estaba bien, pero lo cierto era que no podía concentrarse en nada después de la visita a su hermano. Sus sentidos estaban alerta constantemente, la molestia en su brazo izquierdo había vuelto y esta vez no tenía a su madre para que le diera un masaje, y la opresión en su pecho la estaba ahogando. Todos los malestares que había tenido cuando estuvo en El Toro parecían haber incrementado en intensidad, sin embargo, estando en un hogar que no era el suyo, era difícil soportar la tensión que cargaba su cuerpo por mantenerse en una pieza y no ponerse en ridículo frente a su familia.

          Fue entonces cuando la primera aparición ocurrió. Sucedió en el momento que alzó la vista de su plato y sintió la temperatura de su cuerpo descender abruptamente junto a un escalofrío que recorrió su espina dorsal. Y allí, del otro lado de la mesa, había una macabra sombra alargada de aspecto esquelético que se alzaba sobre el hombro de Samara. Su forma incorpórea como la niebla se arremolinaba suavemente, burlándose de ella, como si estuviera a punto de desvanecerse.

          Maika se levantó de golpe de su asiento cuando los ojos blancos de ella se clavaron en los suyos, y sin más salió con paso torpe de la cocina hacia el patio trasero bajo la mirada desconcertada de sus acompañantes.

          Había algo clavándose en su pecho que enviaba impulsos eléctricos a través de todo su cuerpo. Sus pulmones no parecían estar alcanzando la cantidad correcta de oxígeno y comenzaba a desesperarse. Estaba asustada. Tenía miedo de lo que sea que estaba sintiendo y viendo, estaba aterrorizada como nunca antes lo había estado.

          Caminó de un lado a otro esperando el momento en el que fuera a colapsar, pero los eternos segundos pasaron y ella siguió allí de pie, rondando de un lado a otro con los nervios crispados.

          Se sentía aturdida. No comprendía qué le estaba sucediendo. Lo único que deseaba era tirarse a llorar como una niñita, pero siempre había una molesta vocecita susurrando en su cabeza que le decía que ella no era así, que ella no era débil, que toda su vida había demostrado ser poco sentimental y que no importaba lo que pasara, ella era fuerte rayando en lo frívolo. No era una niña para temer a los monstruos debajo de su cama.

          Samara salió en busca de Maika cuando vio que esta no volvía. Después de su brusca retirada nadie había comentado absolutamente nada. Solo habían guardado silencio y compartieron miradas de confusión.

          Cuando Samara cerró la puerta a su espalda, suspiró profundamente, mentalizándose para poder encontrar las palabras correctas para hablar con prima.

          Maika iba de un lado a otro mirando sus manos como si fueran lo más interesante que se hubiera encontrado; no dejaba de abrirlas y cerrarlas en puños, de llevarlas constantemente a su cuello para rascar su piel y mirarlas nuevamente como si esperara encontrar algo entre ellas.

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