Epílogo

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          Maika siempre fue amante del frío. El otoño y el invierno eran sus estaciones favoritas. Le gustaba mirar cómo las hojas de los árboles se volvían paulatinamente de un color cobrizo en otoño, y conforme avanzaba el invierno, estas caían y entonces, cuando caminaba sobre ellas podía escuchar ese característico crujir que le causaba una agradable sensación de tranquilidad. Además, siempre pensó que era más fácil sobrellevar las bajas temperaturas que los climas cálidos. Las temperaturas bajo cero tenían muchas ventajas.

          Debido a su pasión por tomar fotografías y haber concluido un curso, se le dio la oportunidad de recorrer varios bosques en diferentes partes de su Estado, pero eso no significaba que no hubiera disfrutado cada segundo. Sus ojos habían amado cada detalle de los que fueron testigos; tantos paisajes, tantas luces, tantos animales y colores. Sin temor a equivocarse, podía decir que ningún paisaje era igual a otro.

          En un par de ocasiones, consiguió viajar por otros Estados del país. Había tomado miles de fotografías, encontrando siempre nuevos sitios para descubrir. El mundo era inmenso y sabía que aún le quedaba demasiado por ver. Eso era lo que más le gustaba, poder viajar para cumplir con su labor, estaba segura de que podría hacerlo sin siquiera cobrar, sólo por amor al arte. Amaba su trabajo.

          Así que por eso, cuando volvía a su pueblo natal, se adentraba al bosque en busca de nuevos sitios. Si algo podía decir con certeza, era que un bosque, por mucho que lo conocieras, aún podía albergar lugares remotos que jamás habían sido pisados por los humanos, y claro, ella estaba dispuesta a ser la primera en encontrarlos. Jamás se cansaba de la naturaleza. Había muchas cosas bellas que mirar. Estaba encantada de saberlo y aún más emocionada por capturarlo en una imagen.

          Llevaba algún tiempo rondando sin saber exactamente a dónde se dirigía. Maika podía decir que conocía el bosque en su mayoría, lo había recorrido tantas veces que ya lo sabía de memoria; pero cuando subió una pequeña cuesta, se sorprendió cuando del otro lado halló un pozo. Su agua era cristalina y podía ver claramente su fondo lleno de rocas y arena. Los peces que había, tenían un tamaño considerable y brillaban con un color oscuro entre el gris y el negro. Simplemente increíble.

          Entonces, alzó la mirada quedándose completamente paralizada. Del otro lado del pozo, que debía de tener más de cuatro metros de diámetro, un enorme venado estaba agachado bebiendo agua. Dios, Maika no podía tener tanta suerte. Había desconocido el lugar y ahora resulta que encontraba su nuevo lugar favorito. Estaba segura de que pasaría horas enteras allí de ahora en adelante.

          Se movió cautelosamente, intentando hacer el menor ruido posible para no asustar al grandioso animal. Era majestuoso; su cornamenta era increíblemente enorme y su tamaño estaba fuera de lo convencional. Debía obtener una fotografía de ese momento, sino, estaba segura de que se lamentaría toda su vida por no poder tenerla.

          El siervo levantó un poco su cabeza y la miró fijamente. Maika se agachó hasta quedar en cuclillas para hacerle ver al animal que no significaba un peligro, aunque imaginaba que el ciervo no la consideraba una amenaza; él le pasaba fácilmente casi medio metro de altura con esa cornamenta.

          Acomodó su cámara frente a su cara y finalmente miró a través del lente, enfocando a ese maravilloso ejemplar. Maika no podía con su emoción. Estaba segura de que esa imagen no se borraría jamás de su mente. Sonrió ampliamente y segura de que el venado no se iría, se levantó en toda su altura, sin dejar de enfocarlo y justo en el momento cuando sonó el clic de la cámara para capturar la foto, un sonido más fuerte detonó al mismo tiempo en la distancia.

          Maika abrió sus ojos con genuina sorpresa y vio al ciervo alejarse a una velocidad impresionante. Tragó saliva con dificultad, intentó dar un paso y estirar su mano para sostenerse de uno de los troncos de los árboles, pero su cuerpo se tambaleó y sin mucha más ceremonia, su cuerpo se giró en medio de la caída y cayó de espaldas al agua.

          Sus ojos color ámbar quedaron abiertos. Su cabello se extendió sobre el agua como una suave cortina negra que flotaba ondulante sobre el agua alrededor de su cabeza. Su boca semiabierta dejó escapar ligeras burbujas que reventaron al llegar a la superficie. Y el agua. El agua que antes la había maravillado por lo cristalina que era, se tiñó de escarlata alrededor de su cuerpo, como un halo que mientras más se expandía, se desvanecía hasta combinarse con el líquido transparente.

          Maika no estaba segura de lo que había pasado. Estaba en la semiinconsciencia, observando a través del agua a los árboles y el cielo, que se desdibujaban de manera graciosa frente a sus ojos, las ramas eran sólo extrañas sombras oscuras que se revolvían suavemente por el viento, bailaban graciosamente debido a las ondas del agua. Podía sentir su cuerpo entumecido comenzando a enfriarse, el agua ahogándola lentamente conforme el tiempo pasaba, pero ella no era capaz de hacer absolutamente nada. Era peso muerto, como una roca hundiéndose en el pequeño pozo hasta tocar el fondo.

          Iba a morir. Iba a morir de la manera más inesperada. Iba a morir por accidente, por una bala perdida que había ido dirigida al siervo, pero que en su lugar, había ido a impactar en ella. Después de todo lo vivido, sabía que cada segundo había valido la pena. 

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