19

42 10 0
                                    

ELLA

          Los días normales se entremezclaban con aquellos en los que la realidad se distorsionaba. Algunos días eran peores que otros, y también distintos. Pasaba del aturdimiento, a la paranoia extrema, y de la depresión a excesos de energía. Era cansado vivir de esa manera, pero Maika seguía intentándolo.

          Ese día en particular su padre se había ido desde temprano al trabajo y, horas más tarde, su madre también salió junto a la pequeña Marie para visitar a una amiga de la familia dejando a Maika sola en casa. Eso era bastante normal. No estaba acostumbrada a una casa llena, pero ahora solo deseaba tener un lugar al cual ir cuando eso sucedía. Sí, no quería quedarse tanto tiempo sola por miedo a lo que pudiera suceder, sin embargo, no se movió de la casa.

          Para la Maika del pasado, una casa sola significaba un rato para ella misma, significaba tranquilidad y quizás una tarde con música a todo volumen. Ahora la soledad era aplastante, hacía palpitar su cabeza y a su pecho arder. Intentó escuchar música para aminorar el silencio, pero seguía sintiéndose ahogada. Abrió las puertas y ventanas de par en par, intentó ver televisión, ver una película, pero nada estaba funcionando para alejar los fantasmas que su mente estaba comenzando a crear y a atraer.

          El día avanzó lentamente y Maika ingenuamente pensó que podía superarlo, que podía sentirse mejor sin necesidad de alguien más. Vio a su familia por menos de una hora y ellos volvieron a irse nuevamente, alegando que tenían unos asuntos que arreglar. Maika no dijo nada. En apariencia estaba tranquila, pero lo cierto era que su mente iba a mil por hora.

          La soledad la atrapó con más fuerza que nunca mientras estaba sentada a la mesa con su laptop frente a ella. Lágrimas ardientes comenzaron a resbalar por sus mejillas sin que pudiera evitarlo. La desesperación se adueñó de todos sus sentidos y se puso de pie, pateando la silla y luego golpeando la mesa con fuerza con sus puños. Caminó hacia la sala y luego hacia su habitación y una vez dentro, las cosas empezaron a ser lanzadas de un lado a otro.

          Maika escuchaba vagamente que alguien gritaba. Su vista estaba empañada por las lágrimas y era poco consciente de sus movimientos. Pasaron unos minutos hasta que supo que lo que escuchaba eran sus propios gritos.

           Se dejó caer al suelo y se hizo un ovillo. Todo su ser dolía de adentro hacia afuera, su corazón retumbaba y sus fuerzas se habían ido; ahora sólo lloraba desconsolada, pensando en que seguramente se veía totalmente ridícula. Había perdido el control sobre sí misma, y de pronto sentía que la vida no tenía sentido. ¿Es que acaso era una adolescente de nuevo? Se odiaba a sí misma tanto como nunca había odiado a nadie.

          Un día sola después de cuatro meses de estar constantemente acompañada, ya fuera por sus primos, alguno de sus tíos o su hermano. Podía considerarlo un gran paso si tomaba en cuenta que no se había muerto y, que después de haber llorado como una adolescente frustrada, se había sentido más tranquila.

          Cuando la noche llegó, salió de su habitación para cenar con su familia. No cruzó palabra con nadie y de la misma manera silenciosa, volvió a sus cuatro paredes.

          Maika había dejado la luz de la sala encendida, la puerta de su cuarto abierta noventa grados y había encendido el ventilador para tener algún sonido en el cual poder concentrarse. Su celular estaba a un lado conectado a la corriente, quedaba al alcance de su mano en caso de que necesitara usarlo.

          Estaba recostada sobre su cama viendo el techo de su habitación con fijeza. Su cabeza y sus pies quedaban al descubierto de la cobija. Si bajaba un poco su mirada, alcanzaba a mirarse los pies cubiertos con unas graciosas calcetas afelpadas con rayas de colores, no obstante, no se atrevía a realizar tal acción porque estaba cien por ciento segura de que se encontraría con ella.

RespiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora