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ENCAJANDO PIEZAS

          Era ya entrada la noche y Maika no podía dormir. No era una novedad pero tampoco algo que la tuviera muy contenta. Estaba recostada boca arriba, con las manos sobre su estómago y sus ojos clavados en el techo de su habitación. No dejaba de darle vueltas a la conversación que había tenido con sus padres durante la cena.

          Eran muy pocas las ocasiones en las que podía decir que había conversado con ambos adultos de manera civilizada. Esa noche fue una de esas ocasiones. Marie se había ido a dormir alrededor de las nueve, y ellos se habían quedado a la mesa.

          —No me he sentido muy bien —había dicho Maika—. El pecho a veces me duele y no dejo de... de sentirme inquieta.

          —¿Has hablado con Katia? —preguntó Luisa.

          —Sí. No siempre, pero... trato de mandarle mensajes cuando me siento mal.

          Un ligero silencio cayó sobre ellos. Ricardo soltó un imperceptible suspiro y luego sonrió débilmente.

          —Cuando estuve en Santa Clara —comenzó a decir el viejo—, y por primera vez me hablaron acerca de Dios, tomé una decisión. —Ricardo hizo una ligera pausa, como tratando de ordenar sus palabras—. Estuve en un seminario y en varios cursos... Y en todo ese tiempo, nos enseñaron que Dios era suficiente para todos nuestros problemas.

          Maika miraba con curiosidad a su padre. Era la primera vez en muchísimos años que él le dirigía más de cinco palabras que no fueran cortantes.

          —Siempre confié en ello y... y nunca me imaginé que un día uno de mis hijos necesitaría de un psicólogo.

          Maika se sintió un poco molesta al instante ¿Era en serio? ¿De verdad le estaba diciendo eso? ¿Es que acaso no veía la larga lista de defectos que él tenía y los errores que había cometido? Por muchos años Maika se había sentido una inútil por no poder complacer las expectativas de su padre, nunca había sido suficiente. Y vaya que lo había intentado. Claro estaba, en sus boletas de la escuela, lo mucho que se esforzó. Sin embargo, no dijo nada al respecto, esperando a que él continuara.

          —Katia ha estado hablando con nosotros también —continuó él—. Nos dijo que si no mejorabas, era posible que tuvieras que ir con un psiquiatra. —la voz de su padre descendió un poco como si le costara pronunciar esas palabras.

          Aquella revelación la dejó un poco en shock. ¿Psiquiatra? Entonces, a final de cuentas ¿sí podía terminar en un manicomio? Porque no se imaginaba otro resultado luego de lo que le había pasado en la mañana en el parque.

          —También fue un golpe duro para nosotros, Maika. —agregó Ricardo.

          Su semblante había caído demasiado. Esa imagen de hombre duro se había desvanecido y solo quedaba la de un hombre sufrido, cansado y preocupado.

          —Tu madre y yo hemos estado orando siempre por ti. Eres nuestra hija y... nos duele lo que te pasa.

          Maika no sabía cómo interpretar aquello. Jamás se le había ocurrido ponerse en los zapatos de sus padres, pues hasta entonces, ellos no habían demostrado ni un poco de empatía por su situación. Tal vez Luisa, pero su padre había sido tan estoico como siempre, así que, de cualquier manera, le costaba un poco, quizás demasiado, creer en sus palabras.

          —No tiene idea —musitó Maika sin quitar los ojos de su padre—. No tienen idea de lo que es no poder dormir, no poder sentarse y respirar tranquilamente por cinco segundos. —Maika mordió su labio inferior, intentando contener sus sentimientos y el llanto que amenazaba con salir.

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