Capítulo uno: "Nuevas sensaciones"

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Damiano recordaba con exactitud aquel día que tomó el vuelo desde Italia hasta España con un único objetivo en mente, probar nuevas sensaciones.

No le costó demasiado aprender el idioma ni adaptarse a sus costumbres, ser un italiano camuflado entre los españoles. No destacaba por tener la cara más bonita del país, tampoco por tener un cuerpo musculoso de esos que llamaba la atención. No. Destacaba por las perfectas facciones de su rostro, por su largo cabello, por la sombra de ojos que solía aplicar en estos para resaltara el marrón claro de sus iris, por sus peculiares tatuajes o por la forma que tenía de actuar.

No era como el resto y tampoco buscaba serlo, como se decía en su idioma "ma diversi da loro."

Tenía afán de seguirle los pasos a este baile llamado vida, aun sabiendo que no era el mejor bailarín del condado.

En esta ocasión Il ballo della vita le acababa de mostrar en la pista a alguien con quien bailar, él estaba dispuesto a pedirle más que un baile.

—Muñeco.— llamó su atención nombrándolo de esa forma que el dueño del club solía hacer—. ¿Ya te vas?

—Teniendo en cuenta que en un par de horas amanece... Si, me voy y, honestamente, no tengo intención de volver por aquí.

El italiano alzó una ceja mirándolo con incredulidad, casi riéndose de las palabras que acababa de soltar.

—Repite eso con seguridad y te creeré, mientras tanto te digo que tu voz suena baja y tus ojitos brillan con curiosidad, señal de que eres un mentiroso descarado.

—Veo que eres muy bueno psicoanalizando, pero para mi comodidad te voy a pedir que no hagas eso de nuevo.

—Yo no te voy a pedir sino a exigir que no vuelvas a decirme que hacer, mi lado dominante se siente incómodo cuando alguien más me da órdenes.— utilizó su misma táctica a la hora de responder.

Frigdiano reparó en sus palabras, quedándose con una sola de toda la oración, "dominante".

Bien, estas no eran las nuevas sensaciones que el muñeco quería (o al menos esperaba) encontrar en el club.

—¿Qué buscabas en un lugar como este, muñeco?— su voz había sonado ronca y el acento italiano estaba más marcado que nunca.

—Supongo que buscaba entender...

—¿Entender que cosa?

Sabía de sobra que es lo que él buscaba. Por lo general, las personas políticamente correctas eran todas iguales, con unas ideas moralmente parecidas y con unos prejuicios que ellos tenían que aguantar día tras día.

Frigdiano no tendría que ser la excepción.

El italiano dio un par de pasos al frente para quedar a tan solo centímetros de su rostro, el español pasó saliva por su garganta con dureza y se obligó a mirarlo directamente a los ojos, por nada del mundo debía de permitir que su mirada descendiera a sus labios, sabía de sobra que sería un gesto que no pasaría desapercibido para el hombre que tenía enfrente.

—Entender como alguien puede disfrutar con el dolor y la humillación.— soltó sin temer a la respuesta que él podría darle.

Las comisuras de sus labios se curvaron en una maliciosa sonrisa, acto seguido paseó su lengua por sus labios.

Baciami e basta.—soltó en su idioma natal—. Y te haré entender eso y mucho... Mucho más.


Frigdiano se avergonzó cuando de su boca se escapó un jadeo, sus mejillas no tardaron en teñirse de rojo debido a la acumulación de sangre en esta zona. Aunque le jodiese tenía que admitir que el hombre era caliente y con solo unas palabras en su idioma le hacía arder cada partícula de su ser.

—No hay nada de malo en que me desees, muñeco.— susurró Damiano al darse cuenta de la situación del chico—. En la mayoría de las ocasiones suele ser ser así.

—Por lo que veo tienes un ego muy grande.— comentó el pelinegro tratando de disminuir la tensión entre ambos:

—Créeme que no es lo único grande que tengo.— el guiño de ojo que fue acompañado de la oración solo hizo que el español se pusiera más nervioso de lo que ya estaba.

Le habían coqueteado muchas mujeres a lo largo de su vida pero nunca lo había hecho un hombre, mucho menos de una forma tan explícita como él lo estaba haciendo.

—Ni siquiera sé tu nombre ni tú sabes el mío para que esta conversación se vuelva tan sexual.

—Eso tiene fácil solución.— se rió entre dientes antes de tenderle su mano—. Soy Damiano.

—Frigdiano.— respondió mientras estrechaban sus manos, la suya se encontraba ligeramente sudada, cosa que hizo sonreír al italiano—. Y por si no te has dado cuenta no entiendo el italiano así que... Espero que no me hables demasiado en ese idioma, tal como lo hiciste hace unos minutos.

—¿No quieres que lo hable porque no lo entiendes o porque te excita?— cuestionó con altanería—. No respondas, de todos modos ya sé la respuesta...

—Verás, tú a mi no...

—¿No te excito?— terminó su pregunta chasqueando su lengua contra su paladar—. Muñeco, no me obligues a bajar la mirada a tu entrepierna porque sé de sobra que me encontraré una erección presionando contra la tela de tu pantalón. Deja de preocuparte, a mi me gusta que tu polla reaccione así a mi...

—Esto es incómodo.— admitió desviando la mirada.

Guardami.— ordenó, haciendo que él frunciera el ceño ligeramente—. No hay cosa que un dominante deteste más que cuando no hacen caso a sus órdenes, si te ordeno que me mires es porque quiero que lo hagas. Ahora, Frigdiano, guardami.

Sus ojos buscaron los suyos, brillantes a pesar de que la oscuridad de la madrugada recaía sobre ellos.

—Y ahora, repetiré la orden que te di hace minutos.

—¿Cual orden?

Baciami.— repitió en voz baja, el español no necesitó saber italiano para saber lo que eso significaba, pues sus ojos estaban puestos en sus labios y acababa de relamerse los suyos. Quería que lo besara y él estaba dispuesto a unir sus bocas para hacerlo, no había nada de malo en besar a un hombre, a uno que lo ponía a mil en cero coma. No le molestaría escuchar sus órdenes en italiano por lo que quedaba de noche e incluso por lo que quedaba de vida.

BaciamiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora