Frigdiano comenzó a sudar cuando vio al italiano preparar las agujas, se levantó del sofá en el que tenía sentado su culo y empezó a caminar por la habitación con nerviosismo, bajo la burlona mirada del italiano.—Siediti —ordenó señalando con la mirada el sofá de cuero en el había estado sentado.
—¿No tienes anestesia o algo? —inquirió soltando una risa nerviosa.
—Puedo azotarte y si no te callas puedo amordazarte —se encogió de hombros como si nada, dejando al español en una crisis nerviosa—. Muñeco, hablo en serio.
—Creo que eso es lo que me preocupa, que hables en serio —dejó claro mientras volvía a sentarse.
El italiano soltó una risa, era más que obvio que la situación le divertía y no se iba a molestar en ocultarlo. Frigdiano chilló los primeros segundos que la aguja hizo contacto con su piel, Damiano parecía tomarse muy en serio su tarea casi tanto como un profesional, estaba tan concentrado dibujando y escribiendo que la imagen le encantó al español, si tuviera su teléfono móvil a mano le habría hecho una foto para inmortalizar el momento.
—Ya estaría —chasqueó, admirando el resultado final.
Frigdiano desvió la mirada de él a su brazo, que ya sentía dormido, la tinta negra había hecho una bonita silueta de dos personas bailando, justo abajo estaba la frase "un valzer con il diavolo" en unas finas letras que desprendían elegancia. No se imaginaba que el italiano escribiera tan bien con una aguja.
—Guau —susurró, totalmente hipnotizado por lo bonito que había quedado—, no pensé que fueras tan bueno.
—Yo soy bueno en todo lo que hago, muñeco —le guiñó un ojo, él sonrió a pesar de que sus mejillas se habían sonrojado al encontrarle el doble sentido a la frase—. Me satisface ver que te ha gustado.
—¿Bromeas? ¡Me ha encantado!— su entusiasmo hizo reír a Damiano, pero su risa se vio cortada cuando lo vio sacar su cartera del bolsillo de su pantalón.
—Oh, no. No, no, no —negó repetidas veces—. Es un regalo, muñeco, acéptalo.
—Pero... No es justo, quiero pagarlo —se quejó, frunciendo el ceño.
Damiano tuvo que admitir que incluso así le causaba ternura. Claramente, no lo diría en voz alta porque al español no le agradaría escucharlo.
—Te has tatuado algo muy importante no solo para ti sino también para mi —le hizo saber—, fui yo quien te propuso bailar un vals con el diablo... Y que te hayas tatuado la frase en italiano ya es una fantasía, muñeco.
Él sonrió con timidez, algo que se evaporó cuando el italiano puso una mano en su nuca y lo acercó a su boca. Había estado deseando hacerlo desde que lo vio nada más entrar al club, tenía algo que le llamaba la atención y que no quería renunciar.
Pero el contacto de sus bocas no fue suficientemente para satisfacerlos, ambos ansiaban más que eso. Fue entonces cuando Damiano se deshizo de su chaqueta y le permitió al muñeco acariciar su torso desnudo, él lo hizo con gusto, delineando cada tatuaje de su piel con la yema de sus dedos.
—Si quieres repasarlos con la lengua no me molestaría —indicó el italiano, lo que no se esperaba era que él tomara en serio sus palabras y se inclinara para pasar la punta de su lengua por el corazón que rodeaba su pezón, acto seguido cerró sus labios alrededor de este y jugueteó con su lengua en las pequeñas bolas de metal que tenía como piercing—. Maldición, muñeco, baciami en este maldito momento.
Frigdiano volvió a dirigirse a su boca, como si estuviera esperando esa orden desde hacía rato, y devoró sus labios como nunca antes lo había hecho con nadie. Era consciente de que Damiano no juzgaría si iba deprisa o despacio, él estaba conforme con cualquier ritmo al que quisiera ir.
—No sé que estoy haciendo —jadeó cuando Damiano lo acomodó en su regazo, mentiría si le incomodaba su cercanía o la forma en la que su erección presionaba en su trasero.
—Estamos teniendo un momento, muñeco —susurró rozando su nariz en la mejilla del español—. Si quieres detenerte está bien, hemos avanzado bastante, ¿No crees?
—Estás empalmado —murmuró lo obvio.
—No me digas...
—Si —respondió, sin notar el sarcasmo en sus palabras—, te noto duro bajo mi cuerpo.
A él le causó ternura y en lugar de reírse decidió besarlo, así, con sus labios enredados se olvidarían de las demás cosas. Claro que estaba erecto, al igual que el pelinegro, pero no quería que eso supusiera una obligación para que le ayudara a bajar esa excitación.
Sus manos apretaron el respingón trasero de Frigdiano, haciéndolo gemir contra su boca.
—Quiero esto —informó antes de morder su labio inferior—, quiero que me folles.
El italiano gruñó. Odiaba que se lo dijera de esa forma porque no hacía más que ponerlo cachondo. En otra ocasión, le hubiera dado la vuelta y se lo follaría sin piedad contra la mesa, contra el sofá, quizá contra el suelo. Pero no. No iba a hacer tal cosa pero era su primer encuentro escualos juntos y quería hacerlo especial de alguna forma.
Su polla se encontraba palpitante y dolorida bajo su pantalón, casi exigiéndole ser usada para liberarse. No iba a dejarse llevar por un impulso caliente de su cuerpo, lo que quería era hacerlo duradero y placentero para el español.
La magia italiana todavía estaba por verse.
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Baciami
DragosteDamiano daba las órdenes en italiano. Frigdiano solo entendía el español.