Consejo 3. No a las lolis.

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Puede que sea muchas cosas malas, quizás incluso demasiadas, pero si hay algo que no soy...es un pedófilo.

Hay que estar profundamente trastocado y corrompido para tener pensamientos insanos tales como los de los pedófilos. Haberle mirado a los ojos a la vida y haber renunciado por completo a todos sus propósitos.

Si en mi mano estuviera, no pegaría ojo hasta haber condenado a estos cabrones al juicio eterno de los siete pecados. No imagino un solo castigo lo suficientemente digno para ellos.

Ni siquiera siendo torturados en el inframundo bajo latigazos con fuego, ni siendo eternamente destripados por ese perro de tres cabezas, podrían enmendar la abominación de que les vayan los críos.

Esas criaturas.

Solamente con decir la palabra "niños" un escalofrío me consume. Lo único que me consuela ahora es que los analfabetos esos aún no saben leer, así que tengo la garantía de que no vendrán a gastárselas conmigo.

Llenos de mocos y mierda del suelo, los asquerosos niños turbados entran en mi top de cosas terroríficas que evitar.

Son una puta plaga de energúmenos, más atentos a una peonza que al divorcio de sus padres.

Como ya sospecharéis, yo, Cliff Manson, he tenido multiples experiencias sobretraumáticas con...niños.

Una vez, la pedante amiga Noruega de mi madre vino a la ciudad de visita, la muy zorra se metió de inquilina en nuestra casa sin que nadie la hubiera invitado, lejos de contribuir económicamente al menos mientras se quedaba de okupa en nuestra casa, se trajo con ella a la peor bestia habida y por haber:

Un niño de cinco años llamado Salomé, que según yo significaría "sepultado en acné" porque madre mía. Tenía más granos en la cara que el jodido Sahara. Me lo creería si me dijeran que llevaba "El Quijote" escrito en braille en la jeta, de no ser porque mi madre me advirtió antes de que llegaran, le hubiera pedido un face reveal nada más verlo.

Ni siquiera sé cómo eso podía ser posible ni cómo no recibía ninguna asistencia médica, pero bueno, el punto es que era un cabrón incontrolablemente despiadado y con una enorme tendencia a comerse el chocolate de los demás, lo cual podría explicar de cierta manera lo de los granos.

La cosa es que un domingo cualquiera, la noruega había convencido a mis padres de ir a misa con un discurso de no se qué mierda del prójimo, y a pesar de que la mujer pareciera haber formado parte del tribunal de la santa inquisición y de medicarse mientras compartía propaganda anti-vacunas en facebook, de alguna manera los pudo convencer, la noticia fue como una bendición para mi, pues eso significaba que la casa sería toda mía, y por supuesto, que el diablo carapaella desaparecería de mi vista, al menos por unas cuantas horas.

Al parecer no, por casualidades de la vida la entrada a esa iglesia le había sido previamente prohibida, debido a que una monja se había vuelto loquísima al verlo, lo había juzgado de tener presencia demoniaca en su cuerpo, y luego se había desmayado.

Maldita monja hipócrita.

Estoy seguro de que Jesús no iba por ahí simplemente llamando demoniacos a todos los niños feos que se encontraba, y que vale, que puede que Salomé tuviera nombre de niña y una que otra cosilla desplazada en la cara, pero esa no era razón de juzgarlo así y joderme a mí el domingo.

Al final se fueron los tres y dejaron a Salomé a mi cuidado.

Nada más escuchar el portazo busqué a Salomé con la mirada, estaba ahí atontado con un tren de juguete en la mano, por un momento quise buscar la bondad en su ser, solo para contrariar a aquella monja extremista, la única conclusión que saqué fue que Salomé era una poco deficiente.

Así que me fui a mi habitación.

Aún recuerdo algunos de los ruidos que se reproducían al otro lado de la puerta, algunos parecían de animales, otros ni siquiera podrían compararse con algo. Después de una interminable y tortuosa secuencia de golpes, decidí que yo mismo le explotaría los granos a hostias cuando cruzase la puerta.

El pasillo estaba oscuro, la lámpara del fondo apenas parpadeaba, de repente los ruidos eran silencio y las sombras eran susurros, al final del pasillo, en lo más profundo de esa oscuridad, una mota densa esperaba por mi, era el jodido Salomé, lo sentía en los huesos, quería que me acercara para chuparme el alma y abastecerse de mis pesadillas.

Los cojones me iba a chupar.

Di un paso sobre la madera y contuve el aliento, el recuerdo del olorcillo a putrefacción que me llegó casi hace que me maree en estos momentos, de alguna manera, las lágrimas acumuladas en mis ojos me permitieron ver más allá y fijarme en el cuerpo semi-agachado de Salomé, su estúpido culo con acné estaba en acción, y justo debajo suyo estaban mis preciados mocasines.

Finalmente una singular lágrima cayó por mi mejilla derecha, ese cabrón... estaba descompuesto.

Todo mi mundo se paró, desde entonces no soy capaz de mirarme los pies.

Y pensareis, "joder Cliff eso es un caso singular" "eres un flipao Cliff, Salomé solo era un deficiente" "que bueno estás Cliff"

Y yo os diré: si. Puede que sí.

Pero no solo ha sido ese caso singular, sino años y años de "eh viejo, pásame la pelota" o de "¿tienes jueguitos en el móvil?" y como olvidar sus horribles acciones.

Como aquella otra vez que tuve que salir obligado a hacer unos recados, y de camino a casa un niño gilipollas me cortó el camino de manera aleatoria, lo intenté rodear un par de veces pero se ponía en frente cada una de ellas, así que simplemente me rendí y me senté en un banco a comer pipas.

Por si no fuera poco, el niño se quedó a 10 metros de mi, mirándome fijamente mientras se hurgaba la nariz, al principio estuve dispuesto a ganar aquella silenciosa batalla de miradas, pues no me achantaría frente a un tontaco, pero según pasaban los segundos, era como si el mocoso se hurgara la nariz con más y más intensidad, sentía que me sudaba la frente y que se me había secado la boca, era un escenario crudo y violento, y del alguna manera me sentía como un asesino en una sala de interrogaciones.

El niño me seguía mirando como un sociópata en escena, sin pestañear ni moverse, la angustia me cortocircuitó el cerebro de tal manera que no supe que hacer, y en un intento de liberarme de su maldición le grité como pude.

Le dije que parara, que era un niño subnormal y que poco más y se hacía una autopsia egipcia sacándose los sesos por la nariz. 

Luego me permití sentir una paz y calma etéreas durante los 5 segundos que tardó en ponerse a llorar como una magdalena, gritó tanto y tan fuerte que en cuestión de segundos tenía a toda una asociación de padres discutiendo mi condena, me llamaron enfermo y cuestionaron mis tendencias psicológicas.

Pero no escuché nada pues mi mirada estaba en la de aquel monstruo.

Esa no era la mirada de una víctima, sino la del mismísimo demonio.

La monja tenía razón después de todo.

Así que bueno, espero que mis relatos hayan limpiado tu alma y llenado tu mente de miedos, pero bueno, la verdadera decisión queda en tí.

Estar en la cárcel...o fuera de su alcance.

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⏰ Última actualización: Oct 31, 2022 ⏰

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