Capítulo 5: Culpable.

406 73 27
                                    

Estoy muerta. O por lo menos tengo la sensación de estarlo...


Nada ni nadie puede sentir la rabia que experimenté cuando entré al hospital y vi esa carita cubierta con una máscara de oxígeno, respirando débilmente como si le pesara vivir. Ese cuerpecito tan indefenso dentro de una habitación de hospital rudimentaria para pacientes "poco importantes". Algún día quemaré ese atajo de ministros resfriados que roban el tiempo a los más necesitados y presumen de tener limpia la conciencia...

Pero lo que es indescriptible es el vacío que he sentido cuando he entrado al hospital y mi madre me ha dicho que Freddy tiene una enfermedad casi incurable. Al parecer, ha cogido una infección por vivir en las alcantarillas. Y yo me pregunto: ¿mi desgracia tiene algún tipo de límite? ¿Voy a tener que soportar un mazazo tras otro hasta que alguno me mate?

Ya empiezo pensando en mí...

¿Cómo puedo ser tan egoísta? ¿Es que acaso no puedo preocuparme primero de cómo está mi pobre madre que ha visto despegarse de su lado a un hijo tras otro y sigue impasible?

Ingenua yo.

Además, no sé cuánto tiempo más voy a estar sentada en esta silla de plástico esperando a que me venden la mano. Le he dicho a mi madre que me he caído y me he quedado inconsciente, y que por eso no había podido venir antes. De paso con ello he explicado las heridas de mi cara. Supongo que no se lo habrá creído, pero no me ha dicho nada. Por lo menos la camiseta me tapaba los cortes de la muñeca...

Deben ser las ocho de la mañana. Hoy no he dormido nada... y el resto de mi familia supongo que tampoco. A veces pienso que ojalá pudiera hacerlo, y ojalá no volviera a despertar.

— ¿Sira Windsor? — una enfermera con la lista de pacientes en la mano me llama.

Me limito a levantarme e ir.

— ¿Hija de Alfred Windsor? — me pregunta.

Asiento sin mirarla. Tengo los ojos llenos de lágrimas y no quiero que me vea. Noto que hace una mueca, al parecer mi padre es irremediablemente famoso.

— Oye... mira, no podemos atenderte — dice de repente la enfermera.

— ¿Por qué? — pregunto.

— Tenemos... otros pacientes más importantes que tú — dice con desprecio.

Las lágrimas se me han cortado. Ahora siento odio, ¿cómo es posible que exista gente aún más detestable que yo? Miro a la enfermera a los ojos y los desgarro. Me imagino cómo explota su cabeza y siento la tentación de hacer realidad mis deseos.

La mujer retrocede. Creo que le doy miedo. ¿Yo atemorizando a alguien? Es increíble cómo el sufrimiento puede cambiar tu aura hasta tal punto de convertirte en un monstruo.

Me acerco a ella, soy bastante más alta. Baja la cabeza. La cojo de la barbilla para que me mire a los ojos.

— Ahora, si me disculpa, voy a pasar — le digo con una mezcla entre susurro y amenaza.

Está temblando, ¿tanto miedo doy?

— No... — balbucea — No te... te conviene soltar amenazas aquí.

Le lanzo una última mirada asesina y me meto en la consulta.

Lo siento, no tengo la culpa de que existan personas tan superficiales que te juzguen por el mero hecho de ser la hija de un gilipollas. ¿No se le ha ocurrido pensar que a lo mejor yo no soy como mi padre? Aunque claro, hablar conmigo ya indica desprestigio social... ¿Por qué arriesgarse a tener compasión de una niñata herida que ni siquiera tiene casa?

Blanco letal Donde viven las historias. Descúbrelo ahora