Capítulo 27: Ya de rutina.

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Estoy sentada el pupitre de mi habitación, ensimismada, dibujando en un cuaderno. Bichín corretea mientras intenta trepar por las patas del mueble y se resbala. Probablemente quiera comerse mi lápiz, como siempre.

Albin entra seguido de Ada, Freddy y mi madre. Me doy la vuelta y les sonrío. Los cuatro están de pie, devolviéndome la sonrisa y con los ojos brillando de inocencia, desprendiendo ternura. Es en estos momentos en los que me doy cuenta de que la alcantarilla no está tan mal, de que no es un simple desagüe, de que es nuestro hogar.

De repente todo se desvanece suavemente y la imagen se fusiona con mis legañas. Consigo levantar mis pesados párpados y me incorporo sobre los codos mientras miro el reloj de la mesilla. Son las doce de la noche, tengo que ir a trabajar.

Sé que debería levantarme, pero no puedo evitar recordar mi sueño y sentirme nostálgica. Hace ya un año que conseguí entrar en la Parca y por tanto tuve que dejar a mi familia. No he vuelto a verles, sólo sé que Freddy salió del hospital y que mis hermanos y mi madre viven en un barrio rico de Delia. Yo les pago todo. Aún no sé cómo conseguí convencerles aquel día de que se mudaran, que sería mejor para ellos y que fuera de Vilnuk nadie sabría nada de nuestro pasado y podrían tener una nueva oportunidad, comenzar una nueva vida. Tampoco sé cómo tuve la fuerza necesaria como para mentirles sobre mi futuro domicilio y prometerles que iría a visitarles. No he ido ni voy a ir, la Parca no me lo permite... Gajes de la letra pequeña del contrato.

Gracias a Jack, sé que hace unos meses vinieron a Vilnuk para intentar encontrarme, entraron en Acrap y César les dijo que no quería saber nada de ellos, que tenía una nueva familia y que nuestros caminos tenían que separarse. En realidad tenía razón... estar lejos de mí les garantiza seguridad. Sin embargo, a veces no puedo soportar el pensar que creen que no les quiero, cosa que sólo consigo aguantar gracias a mi ingenua esperanza de que, algún día, quizás la Parca me deje volver a verles. De lo que estoy segura es de que nunca les contaré quién soy en realidad... no puedo confiarles eso si quiero que todos sigamos con vida. Es curioso que a veces tengas que abandonar lo que más quieres para ser feliz...

Pese a que tengo este vacío, por lo demás mi vida ha mejorado notablemente. Armin, Débora, Jack, Aroa y Celia son ahora mi familia más cercana. Aroa se trasladó desde Delia y a la pobre Celia - esa chica de mi clase a la que su padre violaba y por eso Jack lo mató - la captaron y ahora es mi compañera de oficio, puesto que también es una parca. Está iniciándose. Vivo con la ninja en un piso compartido de Vilnuk, en un edificio que pertenece a Acrap y donde viven todos sus empleados.

Débora irrumpe gritando en mi habitación, y no puedo frenar un fugaz recuerdo de cuando Albin hacía lo mismo.

— ¿Aún no te has levantado? — pregunta.

— Estoy en ello — contesto con voz ronca.

— Pues date prisa, hoy nos toca actuar.

Con "actuar" se refiere a que esta noche vamos a rematar a un tal Eric Fredshtein, un concejal que acostumbra a gastar dinero público en prostitutas en sus ratos libres. Gracias a su estrafalario hobby, las donaciones a la asociación que se ocupa del alojamiento de los vagabundos en invierno ha tenido que cerrar este año por falta de fondos. En lo que va de temporada ya han muerto siete personas por hipotermia. En la Parca no queremos que eso vuelva a pasar; por lo que Débora, Armin, Jack y yo somos los encargados de frenar este desafortunado suceso. En los asesinatos a cargos importantes hacemos equipos para que la tarea no sea tan complicada.

Desde que empecé a trabajar para la Parca ya he asesinado a 19 personas. Tengo la lista de sus nombres clavada en la pared de mi despacho, donde trazo todos mis planes. Aunque me dé miedo admitirlo, hoy por hoy matar ya no es una tarea difícil para mí: es como una rutina, como si me hubiera acostumbrado. A veces me da miedo que algún día me dé cuenta de la despiadada criatura en la que me he transformado.

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