Capítulo 6: Libre

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La saga The Legend of Zelda es una creación de Shigeru Miyamoto y Takashi Tezuka. Actualmente pertenece a Nintendo. Esta historia ha sido ideada por y para fans sin fines lucrativos y con el único deseo de entretener. Espero que la disfrutéis.

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 (Zelena)

Las vidrieras arrojaban la luz del atardecer sobre las viejas estanterías y los libros abiertos a la espera de ser leídos. Eran preciosas, de intensos colores y formas retorcidas, y otorgaban a la biblioteca cierto aire de solemnidad.

Zelena, a través de los grandes ventanales que peinaban las paredes de piedra, contemplaba el lento caer de las pocas hojas que se desprendían de los arces como si fueran lágrimas de sangre. Parecían volar, ligeras y revoltosas, antes de tocar el suelo del jardín exterior, donde las demás devotas de la Orden de las Blancas disfrutaban de la tarde. Iria estaba allí. Zelena la vio sonreír junto a otras novicias. Lía había salido al patio con un bonito laúd de once cuerdas y tocaba para las más jóvenes mientras Fényx entonaba una dulce canción. Todas se mostraban alegres. El tiempo era, en aquel momento, su bien más preciado y habían decidido postergar sus pesares para más adelante, cuando fuesen las tinieblas las que acogiesen sus almas y acunasen sus miedos. Zelena deseó sentir tan solo una pizca de aquella efímera felicidad. Afligida. Ilusoria. A las puertas del fin del mundo todo parecía en calma. Todo destilaba dicha y plenitud.

La veterana suspiró y recorrió los silenciosos pasillos de la biblioteca, las yemas de sus dedos acariciaban con parsimonia los lomos de los libros centenarios. Buscó consuelo en la idea de abandonar aquellos muros a través de esas páginas, pero la realidad le negó esa pequeña ensoñación: La Orden de las Blancas, si bien contaba con numerosos volúmenes, no albergaba libros de aventuras, ni poemarios, ni cuentos, ni nada... Todos los tomos que vestían las estanterías versaban sobre filosofía, alquimia, cocina y religión. Las baldas más elevadas ocultaban algún bestiario mitológico, aunque el polvo había consumido el delicado pergamino. Poco más.

Zelena no sabía qué hacía allí. Desde que Iria se había marchado no había hecho sino deambular por la capilla y la biblioteca sin ningún propósito. Suponía que intentaba acostumbrarse a vivir entre barrotes. Suponía que intentaba acostumbrarse a la oscuridad. Arrastrarse entre las sombras... Iria no podía entenderlo, pero Zelena tampoco tenía el derecho de culparla.

Un ruido sordo procedente del pasillo contiguo la sacó de su constante cavilación. Había jurado que se encontraba sola —la biblioteca solía estar vacía cuando no había clases—, pero cuando Zelena bordeó la estantería encontró al profesor Shad, que en ese momento se agachaba para recoger del suelo una voluminosa enciclopedia.

—¿Señor Shad? —susurró Zelena despacio. No quería asustar a su tutor y el silencio sepulcral de la biblioteca tampoco invitaba a hablar demasiado alto.

El señor Shad no era hyliano. Sus orejas pequeñas y redondas delataban su humilde origen humano. Se había criado en la Ciudadela de Hyrule, donde había tratado de debutar como escritor a la edad de 17 años sin llegar nunca a lograrlo. La necesidad de encontrar otro trabajo para poder ganar dinero le llevó a la taberna que Telma regentaba tras las murallas de la ciudad en aquel entonces. Shad, pese a su juventud, ya era todo un erudito. Uno de esos «tipos estirados, repelentes y meticulosos que acostumbraban a meter las narices donde menos convenía». Era la descripción que hacían de él quienes confundían su pasión por el saber con la superioridad moral de quien ostenta el conocimiento. El señor Shad no era nada de eso. Quizás, algo introvertido; quizás, algo perfeccionista y poco entregado a los placeres que otros disfrutaban. Una buena copa de vino, por ejemplo. Aunque, lo que resultaba ser completamente cierto en él era su curiosidad por la Historia, la Filosofía y las Matemáticas, que no tenía fin. Tal vez por ello jamás dejó de estudiar... ni tampoco, de escribir. Durante su jornada laboral, se afanaba en las cocinas de Telma; por la noche, sin embargo, pasaba las horas aprendiendo, leyendo rigurosos ensayos teológicos y científicos; y trabajando en sus próximos libros. Desgraciadamente, las deudas obligaron a Telma a cerrar su tasca. La mujer, también humana, no encontró otra salida más que abandonar la Ciudadela y refugiarse en la caridad de la Orden de las Blancas, que aceptó su solicitud de vincularse a la Santa Institución. Trabajaría a cambio de un techo hasta que pudiera mantenerse por sí misma. Sin embargo, por más años que pasaron, la mujer no abandonó el santuario. Se consagró a él y, tiempo después, cuando la Excelente Madre requirió de un buen educador para sus devotas, Telma recordó el fervor de Shad por la enseñanza y le recomendó. Fue así como ambos comenzaron a servir a la Orden.

Esquirlas en la nieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora