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Ya que es nuestra última historia, te contaré

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Ya que es nuestra última historia, te contaré. Para ello, deberé comenzar desde hace mucho tiempo, cuando era un niño apenas mayor que tú.

Esta casa le pertenecía a mis padres, aquí vivía con mi hermana pequeña. Ese espejo le perteneció a mi abuelo, y quizá a su propio abuelo también.
Mi hermana y yo solíamos jugar frente a él, día y noche, siempre que podíamos nos acercabamos a hurtadillas a hacer caras frente al espejo.

Un día de otoño, el retriever de mi padre entró agitado a la sala, tomó la muñeca de trapo de entre las manos de mi hermana, y corrió hacia afuera. Ella se levantó y lo siguió.
El viento abrazaba las hojas caídas al pasar, y su silbido enmudecía el sonido de la carroza que se acercaba a toda velocidad.

Corrí cuán rápido pude, y mi hombro golpeó el espejo fracturando una de sus esquinas, cuando vi hacia la calle, mi hermana yacía en el suelo y su cabeza sangraba, la carroza se había marchado y el maldito perro permanecía sentado inmóvil en la calle.

Mi padre colgó al perro esa tarde.

Nos despedimos de ella al día siguiente, mis lágrimas se derramaban sobre el cajón cerrado que descendía hacia las profundidades.

Durante días no salí de mi recámara, la tristeza me era insoportable, y no solo para mí; mi padre estaba inconsolable. Fue solo a base de la estoicidad de mi madre que pude salir de mi habitación. Así mismo, mi padre fue capaz de soltar la botella que tuvo atenaceada durante semanas.

El día a día no sería jamás igual, pero la fuerte voluntad de mi madre me inspiró a seguir adelante, cada día dolía menos.

Una noche, una risa me arrancó de los sueños idílicos en los que aún jugaba con mi pequeña hermana. No había posibilidad de error, era ella.

Bajé las escaleras en puntillas, tratando de no perturbar el sueño de mis padres, entré a la sala y vi el espejo. Me acerqué, y me vi reflejado en él pese a la oscuridad de la habitación.
Sobre mi hombro pude ver unos brillos que me observaban, eran inequívocamente sus ojos verdes.

La vi acercarse a mí por detrás, no podía reprimir mis lágrimas de alegría, entonces volteé para abrazarla, pero no había nadie ahí.




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