Me deslicé por el barandal y apoyé mis pies en el borde que sobraba del balcón.
Respiré hondo.
Uno... Dos... Tr...
—Tirate, nadie va a venir a salvarte y decirte que no lo hagas, Cordovero –Escuché una voz detrás de mi y me giré.
—Tampoco quiero que alguien me diga eso ni que 'venga a salvarme' –Lo miré raro y volví mi vista a la calle debajo de mi.
No puedo...
Me giré otra vez para ver si el chico de trenzas seguía ahí pero ya no estaba.
Volví al otro lado de la barandilla y me dejé caer sobre mis rodillas, quería hacerlo pero al mismo tiempo algo me decía que no debía.
Miré a mis costados y volví adentro. Pasé por los pasillos sin saber muy bien a donde me dirigía, quería hacer algo que me sacara ese dolor en el pecho. Y como aún no estaba listo para la primera opción, mi mente dió una sola salida.
Abrí el cajón de mi mesa de luz y agarré la cuchilla que tenía escondida entre las hojas de un libro.
Miré mis brazos y sin pensarlo más iba a deslizar la cuchilla sobre ellos, pero el sonido de la puerta me interrumpió.
—Pase -Hablé una vez que dejé donde estaba la cuchilla.
—Hola otra vez -Entró Roma tirándose a mi cama.
—Hola
—Podríamos ser buenos amigos vos y yo -Dijo mirando sus uñas.
—Vos decís? -Contesté con diversión
—Si, y en vez de hacernos mascarillas podríamos salir a quemar colectivos -Respondió haciendo señas con sus manos.
—¿Quemar colectivos?
—Si, ¿o preferís que juguemos al que se desangra antes pierde? -Respondió irónica.
—Sos todo un caso, Roma
—He dicho, caso cerrado -Hizo señas como si fuese un juez.
—¿Por que no te conocí antes la puta madre? -Reímos
—Seguramente por el estereotipo de la chica correcta -Hizo burla al nombre.
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