Humanidad

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El pincel recorrió suavemente el lienzo, era la quinta vez en la semana que lo intentaba. Nada, era basura, tal como las otras cuatro, y las 7 de la semana pasada. Si seguía así, el desalojo y la cruda intemperie de las calles parecían cosas cada vez más cercanas, ambas relamiéndose por devorarlo en su podredumbre. En medio de esta
miseria, poseía y sentía increíbles riquezas en su corazón y la superabundancia de un
genio devorador.
Lienzo nuevo, misma idea borrosa y sin forma posible de manifestarla en el mundo terrenal. Dio por perdida la idea y se decidió a tumbarse en su cama, mientras la tuviera. Abrió los ojos y sintió la claridad confusa de la mañana, ya renovado se dispuso a aventurarse en su cocina, con la intención de encontrar una nimia presencia de algo comestible, se decidio (si así pudiera decirse) por un pedazo de pan, duro y casi inmasticable, y un vaso de agua. Pasó un rato sentado en su cama, dormitando, casi como un sonámbulo o un autómata, comiendo el pan y bebiendo el agua. Luego de esa meditación, se dispuso de nuevo a resolver su dilema. Recordó las palabras de su maestro, cuando él era un ingenuo creyente de la vida plena de un artista: "A quien, escaso de dinero y adolescente genial, no ha palpitado vivamente al presentarse ante un maestro, siempre le faltará una cuerda en el corazón, no sé qué pincelada, un sentimiento en la obra, cierta expresión de poesía."
Lleno nuevamente de una esperanza jovial se armó con lo último que le quedaba de tesón, o testarudez, y se dirigió cual noble en la guerra, seguro de su victoria, a enfrentarse a su más acérrimo archienemigo. Se llevó una sorpresa al ver la obra terminada, en cada detalle acertada a la idea que él creía inexpresable. Sin ningún atisbo de duda en el exterior pero con el dilema más profundo en su interior se dirigió a algún lugar en el que aceptaran el arte de un pobre pintor.
El proceso lo repitió varias veces, y varias veces su bolsillo creció, dormía creyendo firmemente en una idea inexpresable con su talento y al otro dia amanecia con su idea expresada con un talento arrollador. Pasaron los días y el desalojo y la intemperie se alejaron, resentidas pero listas para buscar otra víctima. El pequeño departamento, se convirtió en una mansión abastecida de servidumbre y pan hecho en el instante anterior. Su estudio era su habitación, a pesar de tener amplias opciones para instalar su espacio de trabajo, no podía determinar cuál de los dos lo era. El señor Roms, su mayordomo y más íntimo amigo, con vastos conocimientos en arte, un gran crítico y oyente de ideas, le llevaba una taza de té, y pasaban horas charlando, no solo de arte, sino de la vida. En una de esas charlas, el pintor le contó que un dilema lo atormentaba hacía tiempo y como buen amigo, el señor Roms le dijo que le podía confiar su tormento, y que él trataría de aliviarlo. El pintor, ya maltratado por los años, relató cada parte de aquel dia, con sumo detalle y Roms escuchó, su cara no cambio de una expresión de confianza y escucha durante todo ese tiempo, al final el hombre contestó. El pintor mostró en su rostro alivio y el mayordomo notó que había generado una total paz en el anciano.
Al otro día, el señor Roms abrió las cortinas del comedor, blancas y suaves, preparó la mesa de madera oscura y sillas de un mismo color, y subió a la alcoba del pintor. Al abrir la puerta vio, con tristeza y abatimiento el cuerpo del anciano, inerte, colgado de una cuerda. Debajo de él, había una carta, escrita a mano la tomó y leyó:
Querido amigo:
La paz que tú me has conferido con las palabras que me dijiste anoche es inexpresable, o así lo creí, sin embargo el lienzo que está junto a mi cama demuestra lo contrario. Estoy maldecido y siento que ya no soy entonces sino un hombre rico que, cuando camina, no hace sino caminar, un títere de un espíritu, cuyo talento supera al mío y al que solo le confiero una motivación para expresarlo, humanidad. Note en mi largo tiempo recurriendo a el, que manifestaba las cosas que sentía, no las que quería y que poco a poco, esas obras me quitaban lo que tenía de humano. Disfrute de todo tipo de lujos, pero he de decir que ninguno como escucharte la anterior noche. Con mucha paz en mi corazón, me despido de ti.
Tu querido amigo.

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