22.- Caminante

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Halrloprillalar le tenía verdadero terror a Interlocutor. Por su parte, a Nessus le inspiraba ciertos recelos la idea de dejarla libre de la influencia del tasp; el titerote aseguraba que le daba una buena sacudida con el tasp cada vez que veía a Interlocutor, de modo que a la larga acabaría aficionándose a su presencia. Mientras tanto, ambos eludían la compañía del kzin.

En consecuencia, Prill y Nessus esperaron en otro lado, mientras Luis e Interlocutor, tendidos boca abajo sobre la plataforma de vigilancia, oteaban la penumbra de la mazmorra.

- Adelante - dijo Luis.

El kzin disparó los dos rayos.

Se oyó retumbar un trueno que fue rebotando en las paredes de la mazmorra. Un punto brillante del color de los relámpagos apareció en lo alto de la pared, justo debajo del techo.

Avanzó lentamente, dejando un débil rastro de resplandor rojizo.

- Corta por partes - sugirió Luis -. Si nos desprendemos de semejante masa de un solo golpe, saldremos disparados.

Interlocutor aceptó la sugerencia y varió el ángulo de corte.

Pese a esta precaución, el edificio dio una sacudida cuando se desprendieron del primer bloque. Luis se agarró al suelo. A través del boquete recién abierto vio la luz del día, y la ciudad, y la gente.

No obtuvo una buena perspectiva hasta que se hubieron desprendido de media docena de bloques parecidos.

Entonces pudo ver un altar de madera y un modelo de metal plateado en forma de rectángulo plano, sobre el que se alzaba un arco parabólico. Lo distinguió un breve instante, luego un bloque de celdas fue a estrellarse a su lado y los fragmentos salieron despedidos en todas direcciones. Un instante más tarde sólo quedó un mantoncito de serrín y unos trozos de latón retorcido. Pero la gente ya había huido mucho antes.

- ¡Gente! - le dijo a Nessus en son de queja -. ¡En el centro de una ciudad vacía, a varios kilómetros de los campos de cultivo! Deben tardar al menos un día en llegar hasta aquí. ¿Para qué vendrán?

- A adorar a la diosa Halrloprillalar. Eran los proveedores de alimentos de Prill. 

- Ah. Ofrendas.

- Naturalmente. ¿Por qué te alteras tanto, Luis?

- Podríamos haberlos herido.

- Tal vez le hayamos dado a alguno.

- Me pareció ver a Teela ahí abajo. Sólo un breve instante.

- Tonterías, Luis. ¿Quieres probar nuestro propulsor?

La aerocicleta del titerote estaba incrustada en un montículo gelatinoso de plástico translúcido. Nessus se situó junto al panel de mandos que habían dejado al descubierto. Por la claraboya se divisaba una imponente panorámica de la ciudad: los muelles, las torres de paredes lisas del Centro Cívico, la exuberante selva que seguramente había sido un parque. Todo ello varios centenares de metros más abajo.

Luis se quedó en posición de firmes. Gran ejemplo para su tripulación, el heroico comandante permanece firme en el puente. Los reactores averiados pueden explotar al menor impulso; pero es preciso intentarlo. ¡Es preciso detener a los acorazados kzinti antes de que consigan llegar a la Tierra!

- Jamás lo conseguiremos - dijo Luis Wu.

- ¿Por qué no, Luis? El campo de fuerzas no debería ser más potente...

- ¡Un castillo volante, por Finagle! Sólo ahora he empezado a comprender lo alucinante del proyecto! ¡Debemos estar locos! Regresar alegremente a casa montados en la mitad superior de un rascacielos... - El edificio empezó a moverse y Luis dio un traspié. Nessus había puesto en marcha el motor.

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