6.- Una cinta brillante

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- He salido bien burlado - dijo Luis Wu -. Ahora ya sé dónde encontrar el mundo de los titerotes. Gracias, Nessus. Has cumplido tu promesa.

- Ya te advertí que la información sería sorprendente, pero de escasa utilidad.

- Vaya broma - comentó el kzin -. Tu sentido del humor me sorprende, Nessus.

A sus pies se veía una diminuta isla en forma de anguila, rodeada por un negro mar. La isla se fue perfilando como una salamandra de fuego, y Luis creyó distinguir unos elevados edificios de esbelta estructura. Sin duda no permitían el acceso de extranjeros al continente.

- Nosotros no bromeamos - aclaró Nessus -. Mi especie no posee sentido del humor.

- Es curioso. Siempre había creído que el humor era una muestra de inteligencia.

- No. El humor va asociado a un mecanismo de defensa interrumpido.

- Aun así...

- Interlocutor, ningún ser racional interrumpe jamás un mecanismo de defensa.

A medida que la nave iba aproximándose comenzaron a diferenciarse unas luces de otras: paneles solares a la altura de las calles, ventanas en los edificios, fuentes de luz en las zonas de esparcimiento. Por un instante, Luis distinguió unos edificios sumamente esbeltos y de varios kilómetros de altura. Luego fueron absorbidos por la ciudad y, por fin, aterrizaron.

Estaban en medio de un parque de multicolores plantas desconocidas.

Nadie se movió. Los titerotes eran unos de los seres racionales de aspecto más inofensivo del espacio conocido. Su gran timidez, su pequeño tamaño, su extraño aspecto, determinaban que nadie les considerase peligrosos. Simplemente resultaban graciosos.

Pero, de pronto, Nessus se encontraba entre los de su especie; y su especie era más poderosa de lo que imaginaban los hombres. El titerote loco permaneció sentado y movió las cabezas en todos los sentidos, observando a los seres inferiores que había escogido. Nessus no resultaba nada gracioso. Su raza trasladaba mundos, de cinco en cinco.

La risita de Teela quedaba completamente fuera de lugar.

- Estaba pensando - explicó -. La única manera de no tener demasiados titerotitos es abstenerse de todo contacto sexual. ¿Verdad, Nessus?

- Sí.

Teela volvió a reír:

- No me extraña que los titerotes no tengan sentido del humor.

Guiados por una luz azul flotante, atravesaron un parque demasiado regular, demasiado simétrico, demasiado bien cuidado.

El aire estaba impregnado del picante olor químico a titerotes. Ese olor estaba por doquier. Resultaba excesivo y artificial en el habitáculo unicelular de la nave transbordadora. No había disminuido cuando se abrió la cámara de aire. Un trillón de titerotes habían impregnado el aire de ese mundo y el olor a titerote se mantendría por toda la eternidad.

Nessus bailaba; sus pequeños cascos con uñas casi parecían no tocar la flexible superficie del sendero. El kzin se deslizaba, como un gato, balanceando rítmicamente la cola sonrosada. Los pasos del titerote componían una música de baile en compás de tres-cuatro. El kzin no producía el menor rumor al andar.

Teela avanzaba con paso casi igualmente silencioso. Su andar parecía desmañado; pero no lo era. No tropezó ni una vez, no topó con nada. Luis cerraba la comitiva, el menos grácil del grupo.

Y no había razón alguna para que Luis Wu se moviera con gracia. Era sólo un primate transformado, que pese a su evolución nunca se había adaptado por completo a caminar sobre el suelo. Durante millones de años, sus antepasados habían caminado a cuatro patas cuando era necesario y habían viajado por los árboles siempre que era posible.

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