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SoHyun estrechó al joven en un fuerte abrazo que por poco le deja sin respiración. Se limpió una lagrimilla que le rodaba por la mejilla izquierda y volvió a abrazarle.


—¡Oh, Heeseung, eres un regalo caído del cielo! —gimoteó con afectación—. Pero ¿cómo se te ocurre pagar la compra?


Logró escapar de los brazos de la señora Kim cuando esta se distrajo por el pitido del microondas. Se sacudió la ropa. Sunoo resopló a su espalda, consternado por el comportamiento nada apropiado de su madre. Se dijo que desde luego no tenía ni idea de con quién estaba hablando: con el demonio. Un demonio despiadado e insufrible.


—He decidido encargarme de la compra durante el mes que pase aquí —informó Heeseung —. Creo que es lo menos que puedo hacer. Y, como usted sabe que mi alimentación es algo compleja, será mejor que me haga responsable de ella. El supermercado me ha fascinado.


Aquello fue suficiente para SoHyun, que parecía a punto de explotar de alegría. Ella prometió darle más presupuesto para la compra semanal y añadió que Sunoo le acompañaría cada vez que tuviese que salir, sin siquiera preguntar al aludido.

—¿Sabes? Serías el hombre perfecto para mi hijo. —La señora Kim señaló al chico, apoyado en la puerta de brazos cruzados—. Es tan desorganizado... tú equilibrarías su desorden.


Heeseung tosió. Sunoo también. Se dirigieron una mirada afilada que podría haberse traducido por «Ni en tus mejores sueños seríamos pareja». La madre no pareció reparar en la tensión en los hombros de ambos jóvenes.


—Yo guardaré todo esto —se apresuró a ofrecerse él—. He comprado cien Tuperwares para poder organizar adecuadamente la comida.


—Oh, increíble. Heeseung, eres increíble...


Sunoo cerró los ojos con fuerza y se largó de la cocina. Si su madre continuaba halagándole de aquel modo, solo conseguiría que su ego aumentase más y más —si es que aquello era humanamente posible—. Tenía que encontrar algún modo de fijar un límite, unas reglas de comportamiento que equilibrasen la situación.

Aprovechó el resto de la tarde para darse un baño relajante, ya que supuso que Heeseung se encontraría ocupado con la distribución de los nutrientes por orden alfabético.


Sumergió la cabeza en el agua. Después, cuando salió a la superficie, respiró con fuerza. Tenía ganas de ver a sus amigos. Echaba de menos pasar las tardes sentado en un parque cualquiera charlando.

Llevarse a Heeseung con él y presentárselo a sus amigos no le hacía ninguna gracia. Temía que acabasen apedreándolo. Aunque Jay, un chico que llevaba tras él desde que tenían catorce años y que incluso había escrito un libro autobiográfico, se parecía a Heeseung en ciertos aspectos. Cabía la posibilidad de que se llevasen bien. Por otro lado, también era probable que, tras conocerse, surgiese entre ambos una especie de competitividad: la lucha por el poder de la estupidez.


Se vistió lentamente antes de dirigirse de nuevo hacia la cocina. La nevera estaba repleta de Tupperwares transparentes, amontonados unos sobre otros como si fuesen una exposición de arte moderno. En casi todos ellos estaba escrito el nombre de Heeseung seguido de una fecha.

Sunoo supuso que había organizado qué comería cada día de la semana siguiente. Y se preguntó cómo alguien podía tener tanta paciencia para administrar al detalle todo aquello. Cerró la nevera bruscamente.


—¿Te gusta cómo ha quedado? —preguntó Heeseung, al tiempo que se sentaba en una de las sillas.


—Ha quedado ridículo —espetó Sunoo,  sirviéndose un poco de café.

𝗯𝗮𝘁 𝗸𝗶𝘀𝘀𝗲𝘀 ▪︎ 𝙝𝙚𝙚𝙨𝙪𝙣Donde viven las historias. Descúbrelo ahora