El aire abandonó mis pulmones a través de un suspiro, y me quedé quieta, inmóvil. Mis labios permanecieron entreabiertos, mis párpados de par en bar y mis ojos perdidos en alguna parte...
Estaba consciente de que el líquido hirviendo, quemaba mi mano a pesar de haber un plástico que impedía el contacto directo.
Por un segundo, me trasladé por completo a mi mente, viajando dentro de ella, hacia aquel recuerdo tan enterrado. La culpabilidad me mataba cada minuto un poco mas, aunque quisiera obligarme a creer que fue una mala pesadilla, tal vez la peor.
Había sido expuesta en varias ocasiones a experiencias traumáticas pero, ésta había sido diferente y tal vez, el colapso me había alcanzado. Tal vez soporte hasta hoy más de lo que cualquier otro ser humano promedio podría haber aguantado pero; siento minuto a minuto, segundo a segundo, como el infierno de mi propia piel me consume.
Me asfixio.
Me ahogo.
—¿Ferwell? ¡Ferwell!—Su exagerado tono de voz prepotente, y el chasquido de sus dedos frente mis ojos, hizo que yo despertara del transce de manera brusca, sobresaltandome, por lo que derramé café al suelo.
Llevé la mirada hacia allí instantáneamente, comprobando que había ensuciado las zapatillas blancas de Logan. Cerré los ojos, esperando su reacción.
Al ver que nada sucedía, elevé la mirada. Los ojos negros y furiosos del hijo de mi jefe me estaban asesinado. Me quitó la jarra de café y la dejo sobre la mesa de manera brusca, atrayendo algunas miradas ajenas, curiosas.
—Vete. —Escupió en mi rostro. —Aún no comprendo porqué insistes en trabajar aquí. —Tomó una servilleta con movimientos histéricos y se puso a limpiar sus zapatos.
Creí que me habría hecho limpiarlos a mi, como en otras ocasiones. Aunque sé el porqué se debe su actitud ahora más "suave", dentro de los parámetros que una persona como él puede poner.
—Yo...
—Tu familia es una de las más adineradas de este pueblo. —Se quejó en voz alta, y parecía querer seguir con su discurso.
Mire hacia todas partes, entrando en pánico. La gente comenzaba a ponernos más atención de la que puedo soportar. Me agaché a la altura de él.
—Creí que el hecho de que supieras eso no cambiaría las cosas. —Dije entre susurros, impidiendo que siga hablando, sonaba a plegaria.
Mis ojos buscaban los suyos, como si rogara piedad. Sus cejas por poco se tocaban de lo hundidas que estaban. Suspiró de forma sonora, frustrado. Se puso de pie y yo seguí sus movimientos.
—Vete a casa. Acabaste por... esta semana. —Gruñó antes de desaparecer hacia su oficina, meneando su castaña cabellera joven.
Solté el aire que contenía y relajé mis hombros, dejando que estos caigan. Pasé ambas de mis manos por mi rostro, acomodando mi cabello, en un intento de calmar mis repentinos nervios. No había razón por cual tenerlos. Tan solo ese asqueroso sabor amargo que producían mis recuerdos, o traumas.
Vi que quedaba una bandeja por ser entregada. Así que la tome y me volví en dirección a la mesa a la que correspondía, y al hacerlo, alguien paso por mi lado, chocando mi hombro por detrás. Perdí completamente el equilibrio, cayendo hacia delante.