—Entonces, si recuerdas a mi muchacho, Aden. ¿Verdad, Musse?—Inquirió Marek, elevando sus cejas una y otra vez.
Carly me dio un muy sutil puntazo con su taco, de manera disimulada.
—Sí. —Casi escupí la palabra de forma desesperada. Carly me dio una mirada, abriendo los ojos y frunciendo los labios. —Es decir, no. —Mentí sonando confusa.
—¿Ya se conocían?—Inquirió la pelinegra, con algo de asquerosa intriga.
—Sí. —Dijo Aden con simpleza, tomando un panecillo. Evadió por completo la mirada de cualquiera, centrando la suya en su plato.
Me sorprendió su respuesta rápida. ¿Entonces si me recordaba? Tal vez, no recordaba mi imagen física y por eso me había tratado tan mal anteriormente...
—Jamás olvidaría a la niña que orinó mi cama elástica. —Dijo sin gracia, como si aquello fuera tan solo un comentario, mientras todos rieron.
—Es verdad, Aden siempre cuenta anécdotas de ustedes. —Dijo Merida, entre risitas.
Pude sentir el calor arder en mis mejillas, rasque mi cuello y cabello. ¿Siempre cuenta que?
Volví a mirar a Aden, quien perpetuaba con su alimentación. Devoraba rápidamente su plato, como si necesitara nutrirme ya mismo.
La peli negra tenía ahora una expresión de confusión peor que la mía, y ahora me miraba con intriga. Mis labios se entreabrieron.
—Al menos fue la única vez que lo hice, que puedes decir tú que hasta cagaste en mi patio. —Dije con gracia y molestia a la vez.
Aden, continuo comiendo, pero pude notar cómo reprimía una sonrisa en la esquina de su boca. Eso me hizo sentir extrañamente alegre.
—¿Hizo caca en tu patio?—Preguntó Meri con una mueca de asco, seguida de una carcajada contagiosa.
—¡Sí! Lo hizo. —Asegure. —Y era tan olorosa que...
—Renoir. —Mi abuelo me llamo con tal crudeza que si un respingo. Parecía seriamente molesto. Negué con la cabeza, confundido.
Marek y Carly, quienes reían a gusto con Merida y conmigo, también se callaron de forma abrupta. Toda nuestra atención recayó sobre Jean.
—Compórtate, estamos cenando. —Sentenció finalmente, volviendo a tomar su tenedor y cuchillo.
Me sentí plenamente humillada, pero estos arranques de la nada eran muy comunes en mi abuelo. Meri, posó su pequeña mano sobre mi muslo, la comparación de tamaños me hizo sentir gorda como un elefante.
—Pero la verdad si estaba olorosa, es que me había dado diarrea. —Tomó la palabra Aden, fingia seriedad, se notaba la burla en su voz, en sus gestos. En cómo movía los cubiertos mientras hablaba. —Pero siguió siendo culpa tuya, serpiente. —Me señaló con su cuchillo. —Por el...
—Batido de anana que prepare, lo sé. —Dije con una risita.
Sorprendí a Aden viéndome, había una sonrisa muy tranquila y casi imperceptible en su rostro. ¿Acaso... había desafiado a mi abuelo por haberme hecho sentir mal? ¿o tan solo fue idea mía? una coincidencia...
Meri volvió a reír. Aden volvió la mirada a su plato.
—Sabes, mientras tu no llegabas al baño yo inspeccione el batido. —Agregué dándole una explicación a la vieja anécdota. —La leche había vencido hacia 3 dias. —Una sonrisa culpable y maliciosa a la vez apareció en mis labios.
Aden solo dio una risita vaga.
—Entonces... sé de quien no beberé batidos. —Bromeó Marek.