Capítulo II.

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La tomó de la cintura, y la hizo girar para que el reflejo de ambos llegara hasta sus ojos grises. Ella observó su imagen en el espejo dorado, mirando el modo en el que él la sujetaba. Posesivo, orgulloso... cariñoso.

Él hizo a un lado su largo y ondulado cabello negro, y dejó su barbilla descansar en el hombro de ella, abrazándola por la cintura, viendo feliz el reflejo que el espejo le devolvía. Ella le sonrió a su imagen y él devolvió la sonrisa del mismo modo amoroso que ella le había dado. Ella dejó sus manos por sobre las de él, encima de su abultado vientre, y la felicidad la embargó. No se podía creer que en solo unas cuantas semanas nacería su hijo. El hijo de los dos. A lo lejos una melodía de piano llenaba el espacio que...''

—¿Trinity? ¿qué pasa, cielo? — Llamó con voz ronca por el sueño, y fijó su vista en la rendija de luz que entraba por la puerta medio abierta.

La figura pequeña de ella asomó por ahí, sus rasgos difuminados por la oscuridad de la habitación.

—Tengo miedo. —dijo, su voz apenas alterada.

Boreck giró su vista hasta el gran ventanal de la habitación y logró ver rayos parpadeando a la lejanía, después un fuerte trueno impactó el silencio de la oscuridad y supo que afuera llovía a cantaros. Volvió a ver a Trinity y miró el cómo ella empuñaba una orilla de su vestido de satén para dormir.

Se sentó en su enorme cama y entrecerró los ojos viendo el miedo en los grisáceos de ella. Sonrió apenas un poco, una sonrisa de medio lado y se levantó de la comodidad de su cama para poder acompañar a Trinity.

Llegó hasta la puerta donde ella aún permanecía de pie y se agachó apenas un poco, alzando a la niña de nueve años, avanzando con ella hasta su habitación a solo unas pocas recamaras. Entró a la calidez del cuarto de ella y encendió la luz, dándole de ese modo la bienvenida a la habitación rosa de ella. Los estantes con juguetes estaban en un lado y en otro un enorme closet con más ropa de la que ella podría llegar a usar. Y en el centro, una cama con dosel y mantas purpura esperaba a la niña.

La depositó en la cama, suavemente y la miró en lo que ella retiraba de sus pies las pantuflas rosas de conejito. No se creía que ya fueran a ser casi tres años desde que Trinity vivía en su mansión.

Cuando ella se hubo metido en las sabanas, él las alzó para darle más calidez a ella. Se sentó muy cerca, y acarició su cabello esperando que ella pronto se quedara dormida. En su lugar, ella alzó su cabeza para alcanzar a verlo y le dijo con un susurro:

—Perdón por despertarte. Tenía miedo con los truenos.

—No te preocupes, cariño. Igual tenía miedo, ahora ninguno estará asustado.
Ella le creyó y volvió a su sitio, quedándose dormida gracias a las caricias en su cabello.

Trinity no sabía que su padre había una vez sido asesinado por el hombre que la arrullaba ahora. Todo lo que hace casi tres años había pasado era desconocido para sí misma. Un milagro a favor de Boreck. Ahora ella nunca sabría que confiaba en un asesino.

Sonrió con sólo una pizca de culpa, y volvió a su propio cuarto.




Catorce años después;

Boreck asomó su vista por la ventana de pared completa que constituía su despacho, viendo el enorme jardín de la mansión. El césped de un verde vibrante, y las rosas de colores pasteles y chispeantes propias del verano eterno. Bebió de su coñac, dando un trago largo, sin despegar su vista del jardín.

Paseó por la estancia, viendo su enorme librero, su sala color vino, su alfombra blanca y todas las decoraciones en oro sólido, inspeccionando que cada cosa en el lugar estuviera perfectamente aseada.

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