Capítulo I.

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El rugir del mar y el canto de las gaviotas era lo único que rompía el silencio de aquella mañana,  lo único que acompañaba sus días en aquella casa separada de la zona turística de Hawái. Y como casi cada mañana, sus ojos se perdieron en el remolino oscuro de su taza de café y se permitió hacer el líquido girar sin la necesidad de una cuchara, su vista controlando la velocidad y  el cómo apartaba el líquido justo a la mitad.

Alzó su vista, sonriendo a la pequeña niña que se escondía detrás de aquella maraña de cabello negro , deleitándose con la imagen de su pequeña, maravillada con su pequeño truco. Solía hacer todo tipo de trucos para agradarle.
Trinity sabía que su padre era poderoso, lo sabía y no le asustaba. Él le contaba cada noche en modo de historias de lo que era capaz, de cuál era su propósito en la Tierra. Del por qué ella no podía ver a su madre, del como Meredith permanecía en esencia dentro de ella.

Y del por qué era diferente a los demás niños con su belleza desorbitante y sus orejas puntiagudas. Esas mismas que escondía con su cabello para evitar llamar la atención.

Trinity alzó sus enormes ojos grises, mirando atenta a su padre mientras le pedía que hiciera lo mismo pero con el vaso de leche de ella.
Jefferson dijo que sí con su voz áspera y montó de nuevo el pequeño espectáculo para su hija de siete años. Ésta vez no se conformó con partir a la mitad la leche, sino que tomó una fracción de ella, haciéndola levitar sobre la mesa, formando con el líquido todo tipo de animales marinos.

Juntó sus manos y aplastó la cantidad de leche entre ellas y al abrirlas de nuevo, una pequeña mariposa blanca salió volando, él controlando cada movimiento de la pequeña voladora, la hizo pasar por todo el espacio de la sencilla cocina, pasar junto a Trinity, la hizo revolotear mientras ella reía y tomaba su leche sobrante por sorbos. Jeff rió al ver el pequeño bigote de leche en las comisuras de los labios de su hija.
Esa niña era todo su mundo. Y todo lo que le importaba pese a ser dueño de todo el Universo.

Trinity rió, fuerte, intentando alcanzar la mariposa con sus manitas.
Jeff hizo al insecto volar justo sobre la cabeza de su hija y… la mojó completa en cuanto la mariposa se deshizo sobre sus rizos oscuros, se levantó de su silla a toda velocidad, corriendo hasta el asiento de Trinity en cuanto sintió la tierra temblar.

Tomó a su niña en brazos y avanzó hasta la tarja, viendo por la ventana de encima.

Eran ellos.

Estaban ahí después de décadas.

Trinity escondió su rostro en el cuello de su padre, y él sintió los latidos apresurados de su pequeño ser. De lo único que le quedaba en el Universo.

Miró una cantidad asombrosa de arena alzarse, dándole un estilo de camuflaje a los intrusos. Su imagen era totalmente corpórea, una tamización perfecta pese a tanta distancia que debieron recorrer. Les reconoció uno a uno, recordando cuánto debieron de haberse superado para lograr encontrarlo. Para no haber necesitado de una nave.

Jefferson sabía que debía proteger a su hija, sabía que mientras él viviera ella no se podía defender ni siquiera contando con el poder de Meredith en su interior. Así que hizo lo que debía de hacer. La abrazó lo más fuerte que sus brazos le permitieron y la besó en la frente, viendo la tormenta grisácea que eran sus enormes ojos.
Miró la duda, la confusión y el miedo en ellos.

Los ojos que una vez fueron los de su esposa Meredith.

—Escúchame, cielo. —Dijo apresurado, metiéndola en una de las puertas de la alacena. — ¿Recuerdas todo lo que te he dicho?—ella asintió—pues está sucediendo, mi amor. Nos han encontrado. Quiero que recuerdes que no debes tener miedo.

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