La carícia del carmín

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Le ardían los pulmones aún cuando el fuego estaba lejos de su vista. Le acariciaba el carmín de los rostros que no volvería ver alguna vez excepto en sus pesadillas. Lo enloquecía gritos que no danzan en el silencioso viento del bosque o del río que lo alejaba cada vez más de sus marchitos lotos. Y ante todo, envuelto en un cálido rayo violeta, estaba la sombra de lo que fue la muestra de amor más grande de la que tiene memoria. La ilusión de una mano en su cabeza, de unos brazos fuertes pero temblorosos, de un susurro aterciopelada con sabor a sal.

En él estaba la sombra de la vida de su madre, Madam Yu

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