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Contó los pasos entre la cafetería de la familia Wong y El Parque Rosa, como solía decirle a ese sitio donde encontraba consuelo en los árboles de cerezo

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Contó los pasos entre la cafetería de la familia Wong y El Parque Rosa, como solía decirle a ese sitio donde encontraba consuelo en los árboles de cerezo. Oportunamente, también se hallaba a mitad de esa ruta al hogar de su novio. Llegando a los treinta después de la casa abandonada, recordó la fugaz sonrisa del chico cuando, una remota tarde, le propuso un juego no tan innovador, y menos divertido, de calcular, precisamente, la cantidad de pasos entre un sector y otro. Tres puñetazos en su entonces dolorido abdomen, y SungChan confesó que había leído los primeros capítulos del libro que Shotaro tanto mencionaba, luego de haber inundado su habitación con lágrimas a causa de ver el final de la versión cinematográfica.

Setenta y uno, alcanzó la esquina de la manzana, y casi dejó caer sus pertenencias debido al repentino choque contra el cuerpo de una distraída niña que corría perpendicularmente a él. Ella cayó, mientras SungChan apenas sufría un tambaleo, el cual lo obligó a retroceder un poco.

—¿Estás bien? —preguntó inclinándose unos centímetros, saliendo de su sorpresa.

La pequeña no respondió, inmersa en lo suave que parecía la textura del venado de felpa aprisionado en medio del pecho y el brazo izquierdo de SungChan. Senderos húmedos surcaban sus mejillas arreboladas, y perlas transparentes estancadas en sus pestañas, sus ojos especialmente enrojecidos, como si hubiese llorado durante un muy largo rato. Se tragó parte de su curiosidad y asumió que tenía... ¿Seis? ¿Siete años? Le extendió una mano con el fin de ayudarla a ponerse de pie, no fue hasta ese momento que ella reaccionó ante el movimiento. Parpadeó, y lo observó con una expresión que mezclaba el miedo, la vergüenza y, quizás, incertidumbre.

—Sí... —dijo con voz congestionada.

Un leve tirón después, ella comenzó a mirar a su alrededor frunciendo el ceño. Bastó con que adelantara su labio inferior en un puchero para que confirmara que, en efecto, estaba perdida.

—¿No conoces este lugar? —inquirió, sólo por si acaso.

Ella negó con su cabeza, sacudiendo las coletas a punto de deshacerse. SungChan le echó un vistazo a las calles. En la esquina donde se localizaban, había una tienda de conveniencia vacía, por los ventanales podía ver a un aburrido joven tras el mostrador. Delante, el parque, notable gracias a los colores pasteles adornando su suelo, abundando en rosado. Más allá, a cualquier dirección, las casas enormes, horriblemente parecidas, creaban una ilusión digna de una pesadilla si se detestan los laberintos... o si alguien se pierde.

Ahora, bien, necesitaba acordarse del tratar con niños.

Esbozó una sonrisa que pretendía ser tranquilizadora.

—¿Cómo te llamas? Yo soy SungChan.

—SeolHee —murmuró insegura. Se aferró a las mangas de su abrigo, un par de tallas más grandes.

Okay, SeolHee, ¿estabas sola? ¿O con tus papás, o amigos...?

SeolHee llevó su puño a su rostro, limpiando los rastros de agua que aún permanecían en su piel.

[NCT] a-da duDonde viven las historias. Descúbrelo ahora