──*:。✿*゚♮ 𝐬𝐢𝐱 ◜ᵗʰᵉ ᵉⁿᵈ

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Cuando la profesora Kim abandonó el aula para buscar reportes, SungChan cayó dormido encima de su cuaderno, de modo que, gracias a la incomodidad causada por la posición que había adoptado, soñó de nuevo con su habitación en el hospital

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Cuando la profesora Kim abandonó el aula para buscar reportes, SungChan cayó dormido encima de su cuaderno, de modo que, gracias a la incomodidad causada por la posición que había adoptado, soñó de nuevo con su habitación en el hospital.

Era exactamente como la recordaba, lóbrega, silenciosa y solitaria, a excepción por la ventana que se extendía a su derecha, donde el lugar de los árboles altos y frondosos era sustituido por arena salpicada de carbón. El cielo era el mismo, cubierto de nubes, turbulento, que otorgaba la idéntica sensación apagada de un glaciar. En la escena, su familia se había marchado en búsqueda de comida —eso, al menos, seguía la línea de coherencia con sus recuerdos—. Se sentía exhausto y solo. No podía moverse, casi, en absoluto. Al mínimo intento, su cuerpo reaccionaba con consecuencias dolorosas. Jamás creyó que algo tan repentino y rápido lo obligaría a recluirse durante más tiempo de lo que su espíritu resistiría.

Pronto, los encuadres frente a él se distorsionaron, las esquinas se doblaron, reconstruyendo partes de su hogar, en las que él, de no más de diez años, peleaba con Shotaro, propinándole puñetazos hasta el cansancio; el más pequeño —en estatura— le devolvía los golpes en forma de patadas, cuya intensidad lograba hacerlo caer. La visión desapareció cual llegó, veloz, dejando una agradable calidez en su pecho pese a la riña que contempló.

Entonces, un objeto ligero cayó en su regazo. Bambi. En aquellos días, sólo «venado». Tenía una carta atada a una de sus astas, que habría pasado desapercibida de no ser por la brillante cinta roja envolviéndola. Dentro, escrita con una caligrafía que consideraba de sus preferidas, una nota indicaba que el juguete, contrario a su interior, era frágil por fuera, sus patitas no eran perfectas; además, era tierno, con ojos resplandecientes, suave, y no importaba cuánto se torciera o aplastara, seguiría siendo el mismo. Como SungChan.

Despertó. Unos golpecitos en su sien bastaron para traerlo de vuelta. Alzó la vista hacia la dirección de donde provenían, encontrando a Shotaro, observándolo. Fue el alivio que su corazón acelerado necesitaba.

—Tuve que mentirle a la profesora Kim —susurró, su sonrisa tranquila hizo un efecto familiar apaciguador en él—. Pero no puedes dormirte así como así. Ya es la tercera vez.

Agh, es que no dormí bien anoche...

—¿Pesadillas?

—No, no... estaba angustiado.

Su novio comprendió.

—Yo tampoco pude dormir bien. Mamá me vio en la cocina buscando galletas a las tres de la mañana. Al final, ambos nos comimos lo que restaba de la caja.

SungChan suspiró una risa.

—Qué suerte. Yo apenas salía al pasillo y choqué con mi papá... me miró feo y me mandó a la cama otra vez.

—¿No le dijiste que tenías sed? Podrías haberlo despistado —mencionó trazando garabatos, arriba de las cincuenta repeticiones de una sola frase. Nadie le ordenó a SungChan que hiciera tal ejercicio, en realidad, mas él se sintió con el deber, pues, ese día, la calidad de su escritura fue particularmente pésima, y sus profesores adivinando qué era lo que había redactado en las paráfrasis dieron con una molesta espina.

[NCT] a-da duDonde viven las historias. Descúbrelo ahora