6. El señor del abrigo largo

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—¡Adams, no huyas, cobarde!

Josh corría haciendo resonar sus grandes pies por los pasillos, dando largas zancadas, tropezando con los demás alumnos que cambiaban de clase. Shelley, unos metros más adelante, corría velozmente, esquivando a los alumnos con facilidad. Shelley sabía que el chico se habían enfadado con ella de verdad, porque pocas veces Josh echaba a correr detrás de ella.

Sin embargo, en el fondo, lo que había hecho era por su bien; fumar no era bueno, y fumar porros en los baños mucho menos. Shelley se extrañó al ver que los profesores se preguntasen el por qué del olor en los baños, pero no el quién podría estar fumando. No fue muy difícil; en dos horas, ya le había pillado.

Cómo no, sólo una persona podría haberse chivado al director, de modo que ahí estaba Josh, con una expulsión de una semana, esperando con mala cara a la salida del laboratorio de biología, taladrando a Shelley con su mirada marrón.

Así que ahí estaba la chica rubia, huyendo de Josh, que a pesar de tener quince años, era uno de los tipos más grandotes de todo el instituto, temiendo por lo que la señora Taylor pudiera decir si ella volvía a casa con un ojo morado.

La señorita Bowers apareció al final del pasillo, y se ajustó las gafas sobre el puente de la nariz.

—¡Shelley! —exclamó, poniéndose en su camino—. ¡No puedes correr por los pasillos!

—¡Ya, claro! —replicó ella, corriendo hacia la profesora, y rápidamente la esquivó de forma escurridiza y siguió corriendo.

Shelley giró la cabeza sobre su hombro para ver cómo la profesora Bowers trataba de detener a Josh con resultados totalmente nulos. La chica volvió a acelerar, llegando a las escaleras. No perdió el tiempo y las bajó rápidamente, hacia el ala de primaria.

Josh se asomó por el hueco de la escalera, viendo la torpe coleta rubia de Shelley escapando por el primer piso.

—¡Me las vas a pagar, Adams! —rugió, y bajó las escaleras de tres en tres.

Dejó atrás la zona de secundaria, y de pronto se vio rodeado de niños que apenas le sobrepasaban la altura de sus codos. Al verlo, los pocos alumnos que rondaban por los pasillos entraron rápidamente a las aulas. Josh avanzó por el corredor mirando a todas partes, mientras los niños que esperaban para ir al comedor se asomaban por la puerta de las clases.

—¡Adams! —llamó a voces—. ¡Sé que estás aquí!

Una niña y un niño salieron de un aula, viendo cómo Josh recorría el pasillo con pasos furiosos.

—¿Buscas a la chica rubia? —inquirió la niña. El chico la miró inmediatamente.

—Sí, ¿dónde está? —exigió saber.

—Se fue por allí —respondió Tom, señalando con un redondito dedo hacia el otro lado del pasillo—. Iba hacia las escaleras del gimnasio.

Josh no necesitó oír más y salió corriendo hacia aquella dirección. Los niños dejaron escapar un suspiro cuando vieron la cabeza rapada del chico mayor desapareciendo al girar la esquina.

—Ya se ha ido —informó la niña, Jane, con tono suave, asomándose a la clase.

Los niños, ligeramente apiñados alrededor de la mesa del profesor, se retiraron un poco, y Shelley salió de debajo de la mesa. Se incorporó y se echó la mochila al hombro, caminando hacia la puerta.

—Bien hecho, chicos —les dijo, asomándose al pasillo.

—Ése tipo parecía muy enfadado —comentó Tom un poco preocupado.

Shelley de Baker StreetDonde viven las historias. Descúbrelo ahora