Capítulo 4

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Megan

—Señorita Martínez, ¿me está escuchando? —dice el oficial Rogers desde el otro lado de la mesa.

Estamos en la comisaría, comenzaron a interrogarnos uno a uno y yo soy la primera. El oficial frente a mí me informó acerca del proceso que debemos realizar a partir de hoy pero mi cabeza debe estar en cualquier otro lugar menos en la tierra, no puedo ni siquiera articular una palabra de lo sucedido. Es que solo puedo pensar en Carl, si está vivo o si está muerto, solo puedo pensar en la carta que encontré hace unas horas.

—Señorita, necesito que colabore con el procedimiento, de lo contrario, si no habla, tendremos que considerarla sospechosa sin previo interrogatorio.

Lo miro a los ojos, entendiendo sus palabras.

—Discúlpeme, solo estoy afectada por todo —me excuso, limpiando con rapidez la solitaria lágrima que bajó por mis mejillas hace unos segundos.

—Lo sé y lo entiendo —dice—, pero necesitamos interrogarla, ¿está dispuesta a hacerlo? Recuerde que entre más pronto se ejecute el procedimiento, más rápido podremos dar con el paradero de su hermano.

Asiento repetidas veces.

—Bien, comencemos —anuncia. Se levanta de su silla y empieza a caminar por la habitación con las manos unidas en su espalda. Me detengo a observarlo con detenimiento: alto, fornido, ligera barba, cabello liso y oscuro, me atrevería a decir que tiene entre 26 y 28 años—. ¿Cuándo fue la última vez que vio a su hermano? —pregunta, interrumpiendo mi escrutinio.

Pienso un momento antes de hablar.

—Cuando llegamos a la casa de los Muller y me dejó en el carro porque le dije que no iba a entrar a la fiesta. —El oficial empieza a tomar notas en una pequeña libreta verde que no había visto. ¿Qué apunta? ¿Dije algo malo?

—¿Por qué no quería estar en la fiesta? —indaga.

Me encojo de hombros y hablo: 

—No me gusta ese ambiente.

—¿Por qué se quedó, entonces?

—Una amiga me convenció para que entrara —respondo con simpleza.

—¿Qué amiga? —pregunta.

Trago saliva, sin saber si la respuesta a esa pregunta la meterá en problemas.

—Tara.

El oficial asiente y apunta.

—¿Cómo era la relación entre su hermano y usted?

—Muy buena, desde que somos niños.

—¿Tuvieron alguna discusión en las últimas semanas? —Apunta el boli hacia mi dirección.

Pienso en esa pregunta. ¿Que él se haya cogido mi barra de chocolate del refrigerador y eso ocasionara que yo lo haya golpeado con el sartén cuenta como discusión? No lo creo, y si lo fuera, tampoco se lo diría al oficial, me moriría de la vergüenza.

—No. 

—¿Conoce a alguien que quiera hacerle daño a su hermano? —Detiene su caminata en frente de mí y me mira directo a los ojos.

La única persona que viene a mi mente es papá. Sé que le hacía daño a Carl, yo misma curaba sus heridas, pero ¿era capaz de secuestrar o asesinar a su propio hijo? Un corrientazo me atraviesa la espina dorsal al pensar en eso.

Creo que, por muy mal padre que haya sido él, no llegaría tan lejos.

—No —respondo finalmente, sintiéndome culpable por mentir en cierta medida.

Perseguida [Escribiendo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora