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«Viernes, 5 de Junio. 20:37 h.»

Cristian ya había recargado el combustible necesario para mantener andando el generador durante las dos semanas que estarían en «La casa de arena». Su hijo Javier, o como a él le gustaba llamarlo; Javi, se encontraba llenando una canasta con galletas, jugos, soda, y cualquier comestible que le pasara por la cabeza. Cristian sólo lo miraba y sentía una pequeña punzada sobre la pierna donde tenía la billetera cada vez que su hijo tomaba algo más de lo que
era necesario. Se encontraba parado al lado de la caja esperando a que su hijo terminara de llenar la canasta, cuando miró a la señora que había ayudado horas antes, ella también había parado a comprar comida para su nieta, o al menos eso pensó, la curiosidad le ganó y se acercó a preguntar, dado que ya habían pasado tres horas desde el encuentro en el área de descanso.

—No esperaba encontrarla de nuevo. —Comentó Cristian al acercarse a la señora.

—Me cancelaron las tarjetas de crédito, tengo que llamarle a mi hija para que me ayude con ese problema, pero la señal es mala y nos quedamos sin gasolina. Se que la ciudad queda cerca, pero no quiero dejar mi auto aquí. —Movió la cabeza en dirección a un vagabundo que se encontraba pidiendo dinero en la entrada de la tienda.— Por razones obvias.

—No se preocupe, nosotros podemos llevarlas...¿Cuál es su nombre?

—Susana, y la pequeña es María. —Señaló a su nieta la cual se encontraba hablando con el pequeño Javi, al parecer ambos querían el último jugo de manzana que quedaba en el local, y ninguno de los dos quería soltarlo.

—Soy Cristian, y aquel maleducado es Javier; mi hijo ¿Lo recuerda? Estaba en el auto mientras hablábamos.

—Oh, claro...el pequeño escandaloso. —Sonrió e hizo notar que no lo decía de mala manera, puesto que Susana amaba a los niños.

—Puede dejar el automóvil estacionado afuera y pedirle a la cajera que le eche un vistazo ¿No lo cree?

Susana asintió con la cabeza, Cristian caminó en dirección a la caja y leyó el nombre en el gafete de la dependiente.

—Disculpe, Alejandra, quisiera pedirle un pequeño favor... —La palabra «pequeño» restaba importancia y hacía que fuese más fácil aceptarlo.—...llevaré a la señora a la ciudad, serán sólo unos minutos, quiero saber si podría echarle un vistazo de vez en cuando a su auto.

Un ruido estruendoso los sacó de la conversación, cada una de las personas dentro de la estación de servicio fijó su mirada en las ventanas y posteriormente, en la persona que se encontraba junto a la puerta.
La electricidad se había ido y quedaron envueltos en la penumbra.

El mimetistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora