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«Viernes, 5 de Junio. 17:52 h.»

Pasar tiempo con el abuelo era frustrante para Miguel y René, aunque José y Emily disfrutaban de las historias que él contaba, Miguel suponía que era porque tenían sólo quince años de edad cada uno, continuaban con algo de imaginación, aquella que se perdía a los diecisiete junto con la virginidad en una borrachera, o eso pensaba él dado que se ponía como ejemplo.

René sólo caminaba y apreciaba la belleza del risco en la montaña, parecía una tontería dicho de esa forma, pero realmente le encantaba sentir el viento en su cara a grandes alturas, y era adicto a la adrenalina. Miraba como José y Emily andaban junto al abuelo; Samuel comenzaba a comportarse de forma extraña y su hermano Miguel también lo notaba, a sus cincuenta años de edad contaba historias incoherentes a los menores, René las recordaba de forma distinta pero no dejaba de lado la posibilidad de que el abuelo presentara síntomas de alzheimer.

Los ojos. Los ojos del abuelo Samuel jamás fueron verdes, era un detalle del que sólo Miguel se había percatado.

—Olvidamos comprar cerveza. —Comentó Miguel interrumpiendo al abuelo.

—No creo que necesites cerveza. —Respondió Samuel observándolo directamente a los ojos, su mirada era penetrante y casi reflejaba odio.

—Vamos a acampar en una montaña, abuelo, deja que los grandes se diviertan. —Exclamó Miguel, ya había dado vuelta atrás al decir la última palabra, trataba de alejar de su mente el hecho de decirle «abuelo» a un completo desconocido.

—Es verdad, déjalos que tomen, abuelo. —Terció José, él se encontraba inmerso en la historia ya que era de terror y se desarrollaba justo en esa montaña, el abuelo les estaba hablando sobre una criatura que vivía allí, la llamaban «El mimetista» y era un ente que podía cambiar su forma a la de cualquier humano.

Los segundos pasaron y el pensamiento sobre la locura del abuelo cada vez tomaba más importancia en su cabeza, René no soportaba la idea y necesitaba aclarar las dudas, sabía que Miguel también sospechaba algo, así que decidió acompañarlo, pero hacerlo obvio sería sospechoso para el desconocido.

—Abuelo, iré a orinar, los alcanzo en unos minutos. —Fue la primera excusa para alejarse que pasó por su mente, y eso porque no era del todo falsa.

Tras un asentimiento con la cabeza, caminó en dirección al automóvil, al dar la vuelta a la montaña y salir del campo de visión de Samuel comenzó a correr, llegó a la minivan y subió en la parte trasera sin que Miguel se diera cuenta.

El mimetistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora