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«Viernes, 5 de Junio. 22:53 h.»

Lo que corría por sus venas era una mezcla de pánico y adrenalina, Alejandra estaba siendo aplastada por dos cadáveres, allí había permanecido durante minutos, o horas, no lo sabía con exactitud. Esa cosa había comenzado a matar despiadadamente sin distinguir entre adultos y niños, para la criatura sólo eran carne.

Todos estaban muertos y lograba escuchar como se alimentaba de los cuerpos que se encontraban en la tienda, había cuatro cadáveres en los baños aparte de ella; un señor, una anciana y dos niños, tenía encima a los dos primeros. Era sofocante pero la hacía permanecer con vida, esperaba el momento preciso para salir de los baños y correr por la puerta trasera, ese era su plan. El tiempo era parte esencial, si tardaba mucho en ejecutarlo corría el riesgo de que la criatura entrara a los baños para continuar alimentándose y entonces esa mínima esperanza de mantenerse con vida desaparecería por completo.

Alejandra se encontraba agradecida por las horas que invertía diariamente en el gimnasio, ahora le tocaba demostrar su buena condición corriendo lo más rápido posible en dirección a la ciudad, sabía que había cerca de ocho kilómetros, si en automóvil tardaba unos seis o siete minutos, corriendo dilataría aproximadamente media hora, pero no lo sabía con exactitud, los cálculos eran inútiles sino lograba cruzar la puerta lo más pronto posible.

No sabía si era valentía o estupidez, en su cabeza una palabra era sinónimo de otra, pero apartó lentamente los cuerpos y caminó entre charcos de sangre, desenroscó el bastón de aluminio de una escoba y continuó caminando, escuchó como la criatura seguía comiendo los restos de personas, abrió la puerta trasera del local con lentitud manteniendo la esperanza de que Antonio, el difunto despachador de gasolina, hubiese aceitado las bisagras de la puerta...
No fue así, el chirrido alertó a la criatura la cual corrió desenfrenadamente en dirección a ella, terminó de abrirla y la cerró de forma abrupta para después colocar el bastón en el pasamanos de la puerta, eso como mínimo le daría algunos segundos de ventaja.

Corrió en dirección a la ciudad, entre arbustos y árboles, tropezaba y su cuerpo era arañado por las ramas, pero era más seguro que correr por la orilla de la carretera, era una tontería pensar que alguien se parase a ayudar a una persona ensangrentada a altas horas de la noche, eso sólo pasaba en las películas, la realidad era distinta, cualquiera que la mirara correría por su vida, y no culparía nadie de ello, porque era lo que ella misma hacía en ese instante.

El mimetistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora