«Viernes, 5 de Junio. 17:23 h.»
El pequeño Javier observó la hora en su celular, le parecía que su papá ya llevaba demasiado tiempo con aquella mujer que se había encontrado en el área de descanso, él se había mantenido dentro del automóvil y sólo miraba a través del cristal. Eran las 17:23 h, y su plan consistía en estar varias horas antes en «La casa de arena», así era como él solía llamar a la propiedad que tenía su padre en medio del desierto, era agradable pasar tiempo con él allí, ambos disfrutaban de la soledad, cuando visitaban la casa un silencio total los envolvía al permanecer callados. Comenzaba a creer que amaba el silencio, le traía paz. Muy por el contrario de la voz estruendosa de la señora que hablaba con su padre.
Javier no solía llamarlo papá, tras haberse separado de su madre, a él le gustaba que lo llamara por su nombre.
—¡Cristian, hace horas que debíamos estar allá! —Gritó Javier desde el vehículo.
—¡Dame un momento! —Meditó un instante, la situación comenzaba a causarle estrés.— Continúa por la carretera costera, no se encontrará con ningún letrero, viajará por una carretera desierta durante unas dos horas, después, pasando una estación de autoservicio, a cinco minutos del lugar se encontrará con un puente, lo rodea y toma la carretera de entrada que queda del lado izquierdo. De igual forma, si llega a perderse puede preguntar en la estación de servicio.
—Muchas gracias, me parece que ya entendí... —Comentó la señora de avanzada edad.—...sólo la llevaré a casa de su madre y regresaré a mi ciudad, gracias por ayudarme...estos lugares son muy peligrosos, más para unas bellas damas como nosotras. —Añadió, señalando a la niña que la acompañaba.
—Es un placer ayudarle. —Mintió, Cristian pensaba que darle indicaciones le llevaría unos cinco minutos, no media hora.— Vaya con cuidado.Subió al automóvil y se puso en marcha con su hijo al lado, el pequeño se encontraba distraído con el celular una vez el vehículo retomó movimiento, parecía que aprovechaba los últimos minutos de cobertura móvil antes de entrar en la verdadera zona desértica.
Pensó en el poco tiempo que pasaba junto a él, su madre apenas le permitía cuatro días al mes, la actual era una pequeña excepción dado que había tenido que salir de la ciudad a dar una conferencia. Viajes y más viajes, esa era la vida de su ex-esposa, él se había conformado con mantener un pequeño taller mecánico en la entrada de la ciudad. La vida de soltero era agradable, no soportar los gritos en la mañana y la voz tan irritante de Carmen cada vez que abría la boca para quejarse de cualquier cosa que se encontrara en su campo de visión, y es que era esa clase de persona que mira a dos moscas peleando en el aire y grita con furor cuando pierde su púgil. No la odiaba, pero tampoco la quería, el hecho de que hubiese parido a su único hijo era lo que impedía lo primero, y ella mismo se había encargado de hacer imposible lo segundo.
—Será divertido cuando lleguemos a «La casa de arena», Javi. Compré juegos de mesa, rompecabezas, tengo una colección de cartas, mesa de fútbol, mesa de billar y una máquina de videojuegos, esa última es algo antigua, ya no se usan en estos días, pero en mis tiempo eran una maravilla, me parece que nunca has visto una, bueno, el punto es que compré todo eso para que te diviertas cuando estés allá.—Pensó un momento y continúo hablando.— Hoy en día todos quieren una PlayStation, Xbox, o una de esas cosas con nombres raros que ha sacado últimamente Nintendo, pero las máquinas Arcade son una maravilla, créeme.
—Tengo juegos en mi celular. —Comentó Javier.
Cristian soltó una carcajada ante el comentario de su hijo, y pasó la mano por su cabello.
—Jaja bien, si te aburres, igual está todo eso esperándote.
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El mimetista
HorrorCristian solo deseaba pasar unas vacaciones junto con su hijo en la cabaña desértica cuando, en una estación de servicio, se ve atrapado junto con otras personas en el momento en que la energía eléctrica los abandona, y misteriosas muertes comienzan...