Capítulo 4 - Edric

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Tengo que reconocerlo. Esa chica tenía ovarios. Sabía quién era, había estado observándola, pero no en un sentido romántico, ni mucho menos. La había estado observando por que era la novia de Marcus. ¿Cómo alguien como ella podría haberse fijado en alguien tan cruel y despiadado como Marcus Hastings?  Hay cosas en la vida para las que la gente no tiene respuestas. Esta es una de ellas. Quizá la rubia no sabía del pasado de Marcus. Quizá realmente no sabía de quién cojones se había enamorado. Pero ese no era mi problema. Mi problema ahora mismo era que esa chica de ojos color café no se metiera en mi vida. Suficientes conflictos tenía ya como para añadir otro más. 

Aunque una cosa tenía que reconocer: Era muy divertido. La forma en la que había decidido enfrentarme en el parque, la cara que ponía cada vez que la interrumpía, su expresión al dejarla con la palabra en la boca. Sí, realmente hizo que carcajeara internamente. Pero debía centrarme. Solo quedaban unos cuantos meses para cumplir mi promesa. Y después sería libre. Libre como hacía años que deseaba serlo. 

No tenía más trabajo. No era un camello como los que se ponen en la esquina de un barrio de mala muerte a vender al primero que pase, sino que tenía clientes fijos, leales. Sabía que esos no me delatarían a la pasma, por que además, les vendía buena mercancía y los tenía contentos. Así que me dirigí a mi "casa". Y digo casa, porque jamás en la vida podría considerarse un hogar. En verdad, nunca tuve uno.

Vivía en una autocaravana que rescaté de un desguace hace años, cuando ahorré lo suficiente para largarme y vivir por mi cuenta. No funcionaba, tenía el motor jodido, pero al menos podía vivir dentro de ella. La había ido arreglando conforme ganaba algo de dinero, pero el motor... Era demasiado caro. Y había contraído una deuda que me estaba quitando el poco dinero que ganaba, por lo que era imposible poder arreglarlo. Y eso me jodía que te cagas. Por que tenía una cosa pendiente: Quería viajar. Sería un viaje pequeño, lo suficiente para ver alguna que otra ciudad, por que ansiaba más mi libertad que un mero capricho. 

Cuando llegué ya había anochecido. Tenía la caravana hecha un desastre. Había paquetes de comida precocinada y bolsas de McDonald's por todos lados. Estaba entre la vergüenza y el asco. Pero no tenía ganas de ponerme a limpiar a esas horas. Me acerqué a la cajita que tenía al lado de la cama y saqué un cigarro especial y me senté en una silla fuera de la caravana. Lo encendí y eché la cabeza hacia atrás mientras me lo fumaba. Sentir el humo entrando en mis pulmones, la droga invadiendo mi cuerpo cuando miraba las pocas estrellas que había en el cielo, era una de las pocas cosas que me hacían ser un poco menos infeliz. Era mi único momento de paz. En el que no pensaba. No había problemas. Mi mente se relajaba. 

Por fin sentía que mis demonios me dejaban a solas. 



El pactoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora