La mañana siguiente fue muy corta, todos seguían dormidos cuando yo desperté, hice un poco de entrenamiento físico en el sótano antes de desayunar e irme a la veterinaria.
Dion me esperaba en el final de las escaleras cuando fui a lavarme los dientes.
-¿Estás lista? – preguntó mientras me ponía la mochila que había preparado justo al despertar.
-Supongo, estoy dudando de mis decisiones en este momento – dije en broma.
Dion rio en lo bajo.
-Anda, ponte las botas y yo te llevo – dijo tomando las llaves de la camioneta.
Sin protestar me puse las botas y tomé uno de los gorros del perchero.
Salimos de la cabaña y la neblina de la mañana aún tapaba parte de la superficie, el rocío en los árboles goteaba de vez en cuando y una brisa helada soplaba entre mis dedos.
Ambos entramos a la camioneta y tomamos camino hacia el pueblo. Dion iba concentrado en la carretera e iba con demasiado cuidado. Yo simplemente intentaba mantenerme tranquila y omitir los pensamientos paranoicos de mi mente.
Mi cerebro siempre estaba pensando en los pros y contras de las situaciones y normalmente había demasiados contras y esa decisión definitivamente no era la excepción.
Al llegar a la veterinaria ya se había soltado un poco la lluvia y Dion estacionó la camioneta justo al frente del local para que me mojara lo menos posible.
-Gracias por traerme – dije antes de abrir la puerta.
-Si necesitas algo llámame, o al teléfono de casa, estaremos al pendiente.
Asentí con una sonrisa despreocupada y baje corriendo. Logré escuchar la camioneta avanzar y tomar camino de regreso a la cabaña.
Al entrar a la veterinaria la campanita de la puerta me recibió, las luces del recibidor estaban apagadas y un destello de luz artificial se filtraba por las puertas de atrás del recibidor.
Escuché a Francis hablarme para que fuera a la parte trasera. Su voz fue interrumpida por un par de ladridos. Me dirigí a la parte del consultorio y al entrar me encontré con Francis en el suelo buscando algo en unas puertas.
-Buenos días – dije dejando las cosas en una mesa a un lado de la puerta.
La habitación estaba llena de pequeños espacios para los animales, algunos estaban llenos con perros, hurones, gatos e incluso hámsteres.
-Lekssa, bienvenida – dijo él mientras intentaba levantarse con varias cosas en las manos.
Me acerque y le quité las cosas para ponerlas en la mesa de un lado.
-Gracias, ha sido una mañana complicada.
Francis parecía cansado, otra vez se le notaban las ojeras y la preocupación parecía tenerlo agotado.
-¿En qué te puedo ayudar? – ofrecí.
-La verdad es que no quería meterte a esto de la nada pero, agarra las toallas del segundo cajón y acompáñame – dijo tomando un montón de bolsas con vendas.
Me quité el abrigo y confirmé que el arnés estuviera bien puesto bajo la sudadera. Me sorprendió lo natural que se veía.
Tomé las toallas que me pidió y salí tras de él al estacionamiento.
La lluvia estaba calmándose pero seguía empapando nuestra ropa.
El doctor Francis abrió la puerta de una camioneta y maullidos comenzaron a escucharse. Era un gatito, cuando me asomé me percaté de lo lastimado que estaba y lo que significaban sus maullidos.
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Los Protectores de Auboria
FantasyUn grupo de compañeros acaba de romper la regla número uno de sus entrenamientos, cometiendo el peor error de sus vidas. El secreto se encuentra en el aire, siendo solamente cuestión de tiempo para que el secreto salga a la luz y el mundo entero con...