Capítulo 1

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                                                                                                                                                                           11 de enero

Me levanté temprano. Tomé una ducha helada para espabilarme, pues había dormido profundamente durante toda la noche. Pensé que así podría volver a la realidad.

Al llegar a la academia, experimenté una sensación extraña, como si algo en aquel sitio estuviera a punto de cambiar algo dentro de mí.

Tomé asiento en el fondo del salón para alejarme del resto. No me considero alguien amistoso, por lo que prefiero estar solo a rodearme de personas con las que jamás pienso entablar una conversación. He construido dicha actitud a base de experiencias dolorosas del pasado. Estoy seguro de que todos hemos atravesado una infinidad de sucesos de este tipo, siempre me dije a mí mismo que la manera en los afrontamos, depende en su mayoría de la voluntad de cada persona para decidir si va a levantarse, o en su defecto, sentarse a llorar. Esta última no figura entre mis opciones.

                                                                                                                                                                              18 de enero

Llegué con bastante tiempo de sobra, así que caminé rumbo a una de las áreas verdes con la intención de continuar con mi lectura. Prefería sumergirme en aquellas páginas para desconectarme de la realidad que darle vueltas al sufrimiento con que cargaba a diario.

Luego de llegar a mi salón, la campana emitió el característico sonido que nos indicaba que la clase estaba a punto de comenzar. Unos minutos más tarde, una chica tocó la puerta y comenzó a hablar con una voz agitada, pero agradable.

—Disculpe la tardanza, profesor. Tuve algunos inconvenientes en mi hogar — mencionó, decepcionada.

—Que no se vuelva a repetir señorita, sólo por esta vez la dejaré pasar — contestó el maestro.

—Muchas gracias profesor —dijo ella, y procedió a buscar un asiento.

Fui incapaz de contener la risa, y no me percaté de que se aproximaba hacia mí. En ese, momento cruzamos miradas en el aire y noté algo indescriptible en sus ojos, como si me gritara que necesitaba ayudaba, o alguien con quien hablar.

El profesor repetía la misma rutina de siempre: recargarse en su pequeño estante vacío mientras nos pedía resolver los ejercicios. Cuando el supervisor de la academia se daba una vuelta por el salón, se levantaba y, cogía la tiza rápidamente para fingir que escribía. Resultaba agotador presenciar aquello constantemente.

La mayoría concordaba en que yo era una chico raro porque tenía la costumbre de salir del salón y apoyarme en la baranda para leer. Considero el estudio como un ejercicio redundante debido a la obligación de repasar las mismas fórmulas y teorías sin descanso. En cambio, los libros representan ideas novedosas. Contribuyen a que te sumerjas en mundos nunca antes vistos, en los que cada autor se siente con la libertad de expresar detalles acerca de su vida y plasmar sus emociones. Es lo que me fascina de los libros.

Al escuchar el timbre de la salida, observé a la chica que había llegado mientras abandonaba el salón a toda prisa. Me pareció extrañó. «¿A dónde se dirigiría con tanta urgencia?», pensé. Sin embargo, decidí no insistir en el asunto ya que no era de mi incumbencia.

Caminaba por la vereda. A estas horas, la luz solar era tan intensa que ocasionó que mi arete de cruz y mi collar desprendieran un brillo resplandeciente que combinaba con mi polo blanco, mi camisa negra y mis jeans negros. No esperaba llamar la atención de los demás, aunque no podía dejar de pensar en lo que estarían diciendo dentro de sus mentes, cosas del tipo "¿Para qué asiste a la academia si no tiene futuro?" Las personas tienden a juzgar por las apariencias, ignorando las cualidades que se esconden adentro.

Cicatriz EternaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora