Capítulo I

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Capítulo I:
-Hola princesa, ¿estás lista? -me dijo entrando en mi habitación. Al verlo empezar a quitarse las ropas saqué un par de copas y una botella de licor de mi closet. Cuando me miró con cara de estúpido le dije:
-Hoy quiero que sea diferente. Tenemos alcohol, tenemos copas. Llévame a ese lugar, a donde me llevaste cuando cumplí 15 –su cara no mostraba signos de querer seguirme el juego, por lo que me subí la falda, mostrándole por algunos segundos mis nalgas casi desnudas. –Tengo un juego nuevo de lencería que quiero estrenar hoy, ¿no te animas?
Provocativamente se tocó su asqueroso cuerpo y soltó una sonrisa torcida. No podía resistirse a mi cuerpo, que ya no era flacucho ni huesudo. Y así mordió el cebo con mandíbulas de acero.
Este tipo de actitud hacia él no era nuevo en mí. Desde hacía algún tiempo había comenzado a ser dócil, como si finalmente hubiera aceptado aplacar con gusto todos sus apetitos carnales. Lo que no sospechaba era que, como depredador al acecho, esperaba el momento exacto para actuar. Pasé meses reuniendo el dinero que costaba esa ropa interior y el licor, bueno, lo tomé ‘prestado’, a fin de cuentas era para una buena causa. Sin hablar de los anestésicos y somníferos. Me había costado muchísimo.
Al salir me volteé a mamá y le dije que iría con Reinier a comprar chucherías. Ella asintió y no respondió. Sabía que era normal.
A 3 kilómetros de casa había un viejo almacén que le pertenecía a un conocido suyo, polvoriento y oscuro, allí me violó despiadadamente de todas las maneras posibles segundos después de cumplir 15. Obviamente ese lugar me provocaba náuseas, tanto que no pude evitar que me manoseara un poco el trasero e incluso me besara antes de acercarnos al grupo de mantas acurrucadas en una esquina.
-E-Espera, primero bebamos –le dije interrumpiendo su desenfreno. Él resopló pero no protestó. Yo, por mi parte saqué la botella y agregué. –Mira, ¿por qué no le quitas el tapón, como si celebráramos algo?
Al parecer le gustó la idea porque puso su mayor esfuerzo en descorcharla como si fuera una película americana, sin embargo yo sabía que el tapón iba a ser difícil de quitar, por lo que aproveché y unté unas gotas de somnífero en el fondo de una copa. Era algo que ni siquiera sabía cómo se llamaba, pero se utilizaba para dormir a los elefantes del zoo, por lo que debería funcionar en él.
-Y era real. Solo dio dos sorbos al licor y cayó redondo. Allí comenzó a hervir dentro de mí una sensación de satisfacción tremenda, casi la misma que siento cuando veo novelas coreanas, y créeme, Viviana, yo amo a esos coreanos. De inmediato comencé los preparativos. Aceite, una cacerola, una cocina de inducción eléctrica, un cuchillo, una paleta, cadenas, anestesia, una jeringa. Todo estaba tal como lo había preparado días atrás. Algunas cosas fueron compradas, otras robadas de casa. Mamá notó que faltaban el caldero y la cocina, pero como no se utilizaban demasiado, no preguntó. La conozco demasiado bien y sabía que no le iba a importar.
Como lógico, era imposible para mí con apenas 50kg de peso mover a un hombre adulto completamente desmadejado y tampoco quería que se despertara antes de tiempo, por lo que allí mismo lo até después de desvestirlo. Pasadas las dos horas, cuando lentamente comenzó a recobrar sus sentidos le inyecté anestesia en varios lugares de su pubis y corté de cuajo su pene junto a sus testículos. Finalmente despertó, y al notar que no podía moverse estalló en gritos.
-¿Qué hiciste, maldita zorra? Suéltame o te juro que…
-Uy, qué miedo das –sonreí con tal nivel de perversión que su rostro palideció. Quizás era debido a la sangre que silenciosamente brotaba de su cuerpo, pero para mí se debía al terror que le provocaban mis actos, haciéndome sentir extasiada.
-¡¿Qué fríes ahí…?!
-Ah, ¿no sospechas…? -incliné ligeramente la cacerola pero como sabía que no podría ver su interior sonreí. –Ah, claro, date un vistazo…
Con un gesto señalé su entrepierna.
Y la música más bella llegó a mis oídos.
-Grita todo lo que quieras y llama a dios, pero yo dudo que él recuerde a hijos de p*** como tú.
El dolor pronto apareció. Después de todo la anestesia era solo un poco de lidocaína, de la que se utilizaba para sacar muelas. Con lágrimas en los ojos pidió clemencia, imploró piedad arrastrando su orgullo por el suelo; pero yo no lo escuchaba. El simple hecho de freír aquella cosa que tanto dolor nos causó a Laura y a mí me provocaba una satisfacción infinita. Cuando finalmente estuvo bien cocinado lo troceé y con un tenedor fui dándoselo. Al principio se negó obstinadamente a abrir la boca, pero luego de cortarle tres dedos aceptó comerlo.
Fue divertido verlo atragantarse, soltando lágrimas lleno de terror pidiéndome que me detuviera.
-¿Te detuviste tú cuando Laura te lo pidió, cuando yo te lo pedí? –dije empujando el último trozo de pene frito en su boca. –Adiós, Reinier, espero que el infierno sepa mejor que tu última cena entre los vivos.
Cogí el cuchillo y delicadamente lo apuñalé. Una, dos, tres, cuatro veces. Con cada una el rostro de Laura aparecía en mi mente con mayor claridad, sonriendo, como si mis actos delirantes le causaran satisfacción.
Cuando finalmente sus gritos se apagaron y dejó de respirar me concentré de inmediato en la 2da parte del drama. Lo rodé hacia una zanja en donde se vertían todo tipos de aceites y grasas de motor y le prendí fuego. Mientras ardía limpié cuidadosamente con diluyente todos los utensilios de cocina, me cambié de ropa y, como un último acto de burla, le arrojé encima la sensual ropa interior que tanto lo sedujo.
Horas más tarde regresé a casa y cuando mamá preguntó por él le dije que me había dejado para irse con algunos de sus amigos.
Sin explicar nada más entré al baño y me duché por un largo tiempo.
Un poco más relajada volví a salir de casa, pero esta vez mi rumbo era otro. Con un gran ramo de rosas blancas en las manos, me senté cerca de la tumba de Laura y le conté lo que había sucedido.
-Finalmente puedes descansar en paz.

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