11. La piedra de una estrella fugaz.

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Duncan:

Las armaduras eran fuertes, duras, perfectas. Los pocos ángeles que habíamos estábamos preparándonos para acabar con esta locura, observé a uno de mis hombres cuando se acercó a mí.

—Hay dos fugitivos de la celdas, señor. El arcángel Dante Meyer y Dixon Xavier.

Dixon...

Bien. No lo necesito.

Paulina levantó las cejas sorprendida, pero no tanto. Se levantó de la silla y caminó hacia mí, tomó una de las capas usadas por Gabriel y me la colocó en los hombros. Volvía a parecer un capitán.

—¿Vamos? —preguntó.

Asentí.

Todos salieron de la habitación, me quedé solo, sentí un malestar en las alas.

—Ugh —gruñí, pero no me incliné.

Estiré las alas, aunque los ángeles de la muerte tuvieran las alas negras, poseían una luz indiscutible en ellas. Sin embargo, las mías lo estaban perdiendo y se estaba destruyendo.

—Pero... ¿qué...?

Pasé mi mano por ellas. Pronto ya no servirían para volar.

—Es lo que pasa cuando algo impuro intenta prevalecer en lo puro. —explicó alguien a mi espalda.

Mi cuerpo enteró se petrificó. Como... era posible que... me giré para ver los ojos fuego de Gabriel, sus alas fuego iirradiaban calor. Y al estar en su presencia el dolor si intensificó.

—Así que has... vuelto —me quité su capa y se la tendí—. Me temo que no temenos la misma talla.

Gabriel pasó por alto ese gesto, llevaba la armadura que solo se había puesto dos veces en toda su vida. No era un guerrero, era un mensajero, pero ahora, supongo no tiene opción.

—Eres el claro ejemplo de lo que empieza mal, termina mal —comentó.

Entre cerré  los ojos en su dirección.

—Una pena que no hayas podido evitarlo.

Levantó el mentón, sus ojos llamearon.

—No intestes culparme a mí de tu desgracia. Te lo advertí. No olvides que en múltiples ocasiones traté de hacer lo posible por evitar todo esto. No me mires así, tampoco vengas con el cuento de que naciste así. Es la clásica excusa.

—¿Y cómo sabes qué no fue así?

—Porque naciste en blanco, con el tiempo tomaste tus decisiones y ellas te llevaron a esto.

Levanté una ceja. Era normal esta clase de amonestación en Gabriel, aunque tuviera una actitud fría, pero explosiva. No arreglaba las cosas con los puños, él solía darte la mejor manera para que entendieras.

—¿A qué has venido, Gabriel?—me apoyé en la pared y crucé mis brazos.

—He venido a llevarme a todos aquellos ángeles que tienes de prisioneros y también para darte un aviso.

No le aparté la mirada de encima.

—¿Y cuál es esa?

—En el momento del enfrentamiento... no voy a parar hasta destruirte.

¿Debo temer por eso?

—Crees que eres más listo. Hemos estado postergando la batalla mucho tiempo. Tu objetivo nunca fue traer el Apocalipsis, solo querías distraer a los grandes arcángeles. Lo sé.

Mi Ángel GuerreroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora